El Everest del Barça

Ferran, bigoleador

Ferran, bigoleador / VALENTÍ ENRICH

Rubén Uría

Rubén Uría

Debía escalar el Everest a pleno pulmón y a golpe de piolet, el Barça está cerca de la cumbre. Con unas pérdidas de 481 millones el pasado curso, un patrimonio negativo de 451 millones y un límite de coste salarial ridículo, el Barça sigue peleando contra la ruinosa herencia recibida. El club estaba lastimado y necesitaba una hoja de ruta drástica con cuatro objetivos principales: sanear su economía, limitar su gesto, encontrar nuevos ingresos y reforzar un equipo instalado en la autocomplacencia.

Alternando errores y aciertos, el Barça se ha puesto el mono de trabajo en los despachos y en el campo, ha cogido el pico y la pala y poco a poco, está revirtiendo su situación. Ahogado, víctima de una economía de guerra y de unas exigencias deportivas realmente pobres, el Barça se ha puesto las pilas y ha tomado decisiones. Unas, improvisadas. Otras, planificadas. Unas, fruto de la intuición. Otras, del consenso. Objetivo, trabajar sin contentar oídos para, en el futuro, reconquistar prestigio.

Laporta y su junta creen que el movimiento se demuestra andando: abrazaron el préstamo de ‘Golden Sachs’, sacaron adelante el ‘Espai Barça’, pactaron con “Spotify”, están cerca de renegociar el acuerdo con ‘CVC’, insisten en vender el 49% de ‘Barça Studios’ y también el 49% de ‘BLM’ para conseguir líquido. A pesar de los profetas del pasado y los telepredicadores del futuro, el Barça está, poco a poco, recuperándose.

Basta mirar al equipo. Ha levantado la cabeza y ha salido de la tumba que le habían cavado. Aún queda un mundo por delante, demasiada tarea por hacer, mucho por mejorar y no hay nada que celebrar, pero el Barça ha vuelto. Basta comprobar el ánimo del socio. El club está volviendo al modelo del que jamás debió apartarse, está restañando sus heridas, empieza a encontrar el punto de equilibrio económico y ha vuelto a recuperar la sonrisa. No es solo el ‘efecto Xavi’ que tanto escuece en las terminales mediáticas madridistas, no es solo el acierto en unos fichajes de los que muchos dudaban, no es solo el compromiso de las ‘vacas sagradas’ del vestuario y tampoco es solo el impulso de la chavalería de La Masia. Es la mezcla de todo eso. Gente que no se pregunta qué puede hacer este club por ellos, sino qué pueden hacer ellos por el Barça.

Los partidos ya no son una siesta de pijama y orinal, sino una invitación para acudir al estadio, porque tratar bien al balón es tratar bien al socio. En el club ya no huele a habitación cerrada, se han abierto las ventanas y entra aire puro. El Barça está haciendo algo realmente complicado, escalar el Everest. Llegando al lugar que le corresponde. Sin Mbappés ni Haalands, por cierto. Ahora falta lo más difícil. Mantenerse