Eufemiano son los padres; mejor un villano que un ídolo torcido

Es más fácil unirse contra un enemigo en común que revisar historias de éxito y héroes de infancia

Eufemiano, en el centro de la polémica

Eufemiano, en el centro de la polémica / EFE

Dídac Peyret

Dídac Peyret

El otro día estuve tratando de animar a un amigo agonías que anticipa la crisis de los cuarenta desde que cumplió los veintinueve. Él está convencido de que la única forma de estar listo es visualizarlo con la antelación del que prepara un seguro de vida.

Puedo imaginármelo aplicando las técnicas más avanzadas de la psicología deportiva. Primero: visualización preventiva para lograr una falsa sensación de control. Segundo: proyectar situaciones de éxito que refuercen su confianza. Y tercero: recrear el peor escenario posible para amortiguar el golpe y poder repetirse que no estamos tan mal. 

Pero la situación empeoró el lunes cuando salimos del cine después de ver El agente topo, una película tierna y emocionante sobre un geriátrico. Él me insistió entre aspavientos que ya ha vivido lo más emocionante. Que no se puede vivir sin imaginar otras vidas y otras mudanzas.

Yo le corregí, con tacto, que debería estar prohibido pensar los lunes y los domingos. 

Que la madurez es un proceso de enfriamiento saludable, pero que aún nos queda algún fin de semana de segunda juventud. Aquello no debió convencerle del todo porque saltó de malas maneras.

-Vivimos en la era del autoengaño- me dijo

-Tú ya debes ir por la segunda juventud y la quinta adolescencia- 

La frase me pareció graciosísima y me recordó dos cosas. Que uno siempre se ve más joven de lo que es y que hay que ver las historias que nos contamos para sobrevivir.

La verdad muchas veces no ayuda y, desde luego, no estamos por la labor de ver cómo nos desmontan nuestro rincón de vanidades y recuerdos al gusto. Lo pensé viendo el programa de Évole dedicado a Eufemiano Fuentes. Poca broma con los ídolos. Poca broma con los deportistas que marcaron tu vida. 

Ya lo dice Pepe Colubi: “Te puedes reír de mi familia pero no de mi equipo”. Ocurre algo parecido con la sombra de la sospecha. Aparecen los ofendiditos y es normal. 

Si nos atribuimos parte del éxito, si somos capaces de gritar “hemos ganados” en pijama, como no vamos a impugnar la sospecha del doping. Cómo vamos a permitir que nos llamen tramposos en la cara. De eso nada. No estamos dispuestos a perder y mucho menos a enturbiar un recuerdo bonito. 

Es mejor apuntar a un villano tan pagado de sí mismo como Eufemiano porque un enemigo común siempre une más. De pequeños necesitamos historias que no nos defrauden, de mayores las buscamos desesperadamente. Así que no estamos para que alguien nos venga a decir otra vez que los Reyes son los padres. 

Nadie quiere a un Eufemiano que le joda una historia de Disney como los Juegos de Barcelona. Pero hay que reconocerle al personaje su valor televisivo. 

Su puesta en escena recordó a la de los buenos malos de las películas. Eufemiano supo darle tensión tragicómica al relato con delicados sorbos de agua, intensos silencios y trucos de trilero con tablas.

Contó un poco lo que quiso contar y se gustó atribuyéndose algunos de los grandes éxitos del deporte español. Con las verdades a medias jugamos todos.

 “Cuando somos jóvenes, nos inventamos futuros distintos para nosotros mismos, cuando somos viejos, inventamos pasados distintos para los demás” (Julian Barnes).

Pelé (Netflix)

“En ese momento no quería ser Pelé. No me gustaba, no quería. Me repetía: Dios ayúdame, este es mi último Mundial”.

Incluso los más grandes sienten la presión. También Pelé, que quería ser cualquier otra persona antes del Mundial de México 70, curiosamente el que consagró su leyenda.

Lo explica en primera persona en este documental de Netflix, que ahonda en las muchas caras del personaje.

Del Pelé símbolo de la emancipación brasileña al futbolista deslumbrante que conquistó el mundo. Entre lo más impactante está el contraste entre su exuberancia juvenil y la fragilidad actual de un Pelé que se desplaza en silla de ruedas. También los Dioses pueden llegar a parecer muy humanos.