Esperando a Neymar Junior

Neymar habla en rueda de prensa

Neymar habla en rueda de prensa / AFP

E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

Tengo tantas ganas, tantas, de hablar de Luis Enrique que prefiero no hacerlo. No me gusta este Luis Enrique 2.0 que parece estar preparando la Federación Española de Fútbol para que provoque una mejor imagen que la que emitía el técnico cuando vestía de azulgrana.

No me gusta que lleve sus peleas personales hasta la selección aunque, pensando en el bien del Barça, en su tranquilidad, preparación y calendario, suena bien eso de que solo vaya un blaugrana con ‘la roja’, así todos estarán listos y en forma para lucir la camiseta del Barça.

Pero me parece una mezcla de chulería y autosuficiencia dejar en casa al mejor lateral izquierdo del fútbol español y, encima, lanzar el farol de sí, puedo inventarme lo que me de la gana. No, perdón, usted tiene la obligación de llevar a los mejores y, si no lo hace, haga el favor de explicarlo porque el mundo merece saber por qué usted no selecciona al mejor, a Jordi Alba.

No deja de ser curioso que ese justiciero presidente de la Federación, que dice estar limpiando la casa y vivir con trasparencia todo lo que hace, permita que su seleccionador haga lo que le venga en gana (normal, es quien manda) pero, sobre todo, nos chulee cuando le pedimos explicaciones de por qué no selecciona al mejor lateral zurdo del fútbol español.

Insisto, cuando los argumentos son tuyos, personales, cuando se trata de un pique personal, cuando te molestó algo de ese jugador que no te atreves a contar (o que, si lo cuentas, igual te replican), es cuando uno está en su derecho de pensar que Luis Enrique no se comporta bien y, por tanto, se lleva a ‘la roja’ todas las manías que tenía cuando era técnico del Barça.

Tengo dos enormes amigos, grandiosos, en la prensa de Madrid que me han empezado a contar que lo de Luis Enrique con Alba empieza a clamar al cielo “pero mientras gane…” Y es que es así, mientras gane, pero no Luis Enrique, Ernesto Valverde, el Cholo Simeone, Marcelino García Toral y/o Julen Lopetegui, no ocurrirá nada.

Y es ahí, en Lopetegui, donde mis amigos empiezan, dicen, me cuentan, a detectar una cierta intranquilidad en el palco del estadio Santiago Bernabéu. La idea de mis amados colegas (los quiero de verdad, por lo que me aprecian y por lo que saben) es que empieza a notarse en la corte que Florentino Pérez, parapetado (con razón, con honores, con méritos, con vitrina) en las últimas tres Champions conquistados de seguido, no parece importarle demasiado que ésta sea una temporada de transición,

Se diría (y uno de ellos sí me lo confiesa) que Lopetegui, recién llegado, ya empieza a ser cuestiona y, quien sabe, si con peligro de no comerse los turrones en Navidad. Pero, sobre todo, empieza a cuajar la idea de que el ‘ser superior’ está haciendo caja, no solo para los 600 millones de euros que necesita para convertir el Bernabéu en la Capilla Sixtina, sino para conseguir, entrado el 2019, que uno de los tres entrenadores que le dijo que “no” en primavera (Mauricio Pochettino, Joachim Low o Massimiliano Allegri) acepten su oferta y él pueda redondear la fiesta con la llegada de Neymar Júnior, pues cree que el PSG soltará antes al brasileño que a la perla francesa, Mbappé, que, con perdón, el bueno de verdad.

Mientras un amigo me dice que Lopetegui empieza a estar en peligro, el otro, que también sabe un rato sobre lo que ocurre en las catacumbas del Bernabéu, me confiesa que los pesos pesados del vestuario blanco, es decir, en la traducción azulgrana las ‘vacas sagradas’, ya le han tomado el número al nuevo ‘mister’ y saben que muchas de las decisiones que toma están inspiradas (nadie dice que dictadas ¡por Dios!) por Florentino Pérez y/o José Ángel Sánchez, director general ejecutivo de la Casa Blanca. Empezando por la alineación de Courtois en lugar de Navas, la insistencia desesperada (para los aficionados) de Benzema o la renuncia a adivinar, ya en el campo, sobre el césped, si Vinicius ha nacido o no.

Hace muchos, demasiados, años que un entrenador del Real Madrid no alcanza los récords negativos que ha conquistado, en breves, en pocas semanas, en solo dos meses, Julen Lopetegui, no solo perdiendo tres de los primeros 10 partidos oficiales de la temporada sino pasándose tres encuentros sin conseguir meter un gol. Es evidente, no seamos idiotas, que Lopetegui no es culpable de esas marcas, pero sí es el entrenador del Real Madrid que las ha conseguido. Y, por tanto, siendo el eslabón más débil de la cadena, está cuestionado, pero no más que Valverde hace diez días, que Pablo Machín hace un mes o que Simeone hace mes y medio. Y miren como están los tres, arriba.

Lopetegui, no por la práctica, pues no ha entrenado mucho, no, sino por ser un buen observador del fútbol, ayer soltó el discurso que sueltan todos los entrenadores que empiezan a verse con la espada de Damocles sobre su cuello. Ya sabemos cómo va esto, en el Real Madrid solo vale ganar, cada tropiezo es una crisis…pero nosotros sabemos que estamos bien y que merecimos ganar en Moscú. Cierto, pero los focos ya le apuntan, señor. Y quien los maneja es alguien a quien no le tiembla el pulso (ni el bolsillo) para despedirle.