Esperando a Luis Enrique con el cuchillo siempre afilado

Luis Enrique, durante el partido en el Nuevo Vivero

Luis Enrique, durante el partido en el Nuevo Vivero / Sefutbol

Javier Giraldo

Javier Giraldo

A medida que caían los goles en el Nuevo Vivero, Luis Enrique mostraba un semblante más relajado. Nada que ver con lo sucedido en Solna, escenario de una derrota que puede marcar el devenir de la selección en el camino al Mundial y que sobre todo, fue abono para los que esperaban con el cuchillo afilado al seleccionador.

Da la sensación de que a la hora de valorar el trabajo de Luis Enrique, todo está distorsionado: sobran los análisis revanchistas, las firmas que le persiguen desde que en 1996 dejó el Madrid para irse al Barça (tuvo un enfrentamiento con el fotógrafo que le cazó pasando la revisión con su nuevo club; algunos aún no se lo han perdonado) y las ganas de pasarle facturas. Sobran fobias y valoraciones personales.

Hay que decirlo sin complejos: Luis Enrique no cae bien y por lo tanto, cualquier excusa es buena para poner en duda su trabajo como seleccionador.  Y faltan análisis certeros, puramente futboleros, sobre las carencias y virtudes de esta selección, un equipo capaz de lo mejor y de lo peor, como todos los equipos de trabajo formados por gente joven.

Un entrenador sin ‘lobby’ propio

A Luis Enrique nunca le interesó tener un ‘lobby’ propio, como esos aspirantes a congresistas estadounidenses que se pasan media película intentando recabar apoyos y donaciones con sonrisas bastante forzadas. Luis Enrique sonríe poco, pero su trabajo no es sonreír ni llevarse bien con la prensa, sino trabajar en el presente y el futuro de la selección. Lo del futuro parece solo una idea, pero en este caso, está fundamentada: pocas selecciones tienen un porvenir tan asegurado como España. Pasarán los años y algunos valorarán el trabajo del seleccionador cuando ya no esté en el cargo.