Y Ernesto empezó a hacer amigos

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E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

Papá solía tener un montón de escaleras escondidas en un montón de porterías de Barcelona. Siempre que debía fotografiar un tumulto, entraba en la portería del número de enfrente y le pedía a la portera si podía cogerle un instante la escalera para hacer una foto. La sacaba fuera a la calle y, desde una posición privilegiada que ningún otro compañero fotógrafo tenía, captaba la instantánea sin obstáculo, por encima del resto de cámaras.

Ayer, en la fotografía de presentación de Ernesto Valverde, se me ocurrió subirme a la rampa que está, justo, encima del escudo, que da entrada a las oficinas del club. No fui el único, no, ahí estaban dos grandes fotógrafos que pensaron, digo, lo mismo que yo: ya hay suficientes abajo, pongámonos aquí. Y los dos, sí, tuvieron suerte de que, cuando yo grité el nombre de Ernesto (nadie le llamó Valverde, ¡nadie!) y él nos miró, ¡clic!, captaron el saludo desde las alturas. El saludo desde el cielo es más saludo. Digo yo.

Y yo, cuando vi aparecer a Ernesto solo, con su camisa inmaculada, azul celeste, sin el presidente Josep Maria Bartomeu, que debió de pensar que ese minuto, esos 300 segundos de clics debía disfrutarlos el ‘Txingurri’ en solitario, pensé que esa era la escena con la que él dormiría anoche: ya estoy en el sueño de mi vida, ya he dado el primer paso para el reto de mi carrera y estoy solo. Bueno, solo tampoco. Pero casi.

Y cuando lo vi ahí, pensé cómo era posible que uno de los periodistas más conocidos, populares, culés de siempre, tal vez, sin duda, con la memoria más prodigiosa de todas, escribiese no hace mucho, cuando ya parecía que sí, que Ernesto Valverde era el escogido, este demoledor párrafo. Lo pensé, porque me lo había guardado:

“A la afición no acaba de convencerle la elección. De discreto currículum blaugrana, a Ernesto se le aprecia como un buen técnico, con un futbol reconocible pero sin experiencia en grandes equipos, ni en la gestión de “cracks” consagrados, Se le ve como un entrenador de equipos menores, un melón por abrir en un club de las exigencias del Barça. La pasada semana, al cumplirse los diez años de la final de Glasgow de la Copa de la UEFA Espanyol-Sevilla, en un reportaje de TV3 el por aquel entonces entrenador españolista afirmaba: “firmaría jugar otra final y perderla nuevamente por penaltis”. Una frase lapidaria, apta para un técnico de equipo menor, pero nada acorde con lo se espera del mensaje ambicioso de un entrenador del Barça, obligado a salir ganarlo todo. Habrá que esperar a que la frase pronunciada por el futuro “mister” no acabe siendo una mala premonición”.

Nadie ¿verdad? se merece un párrafo así cinco días antes de fotografiarse ante el escudo del Barça, un club, que nada tiene que ver con el Espanyol (ni sus retos) y que, sin duda, supone la mayor ilusión para un entrenador que, si algo tiene, es que se ha ganado la admiración de todo el mundo por su extremada profesionalidad y su enorme capacidad de sacar, el máximo provecho, de la plantilla que le entregan. Y, en esta ocasión, es evidente que Valverde está, por vez primera, ante el equipo soñado, lleguen o no refuerzos.

Y, sí, ahí estaba él, visto desde las alturas, ante un enjamb re de fotógrafos, él que es tan bueno o mejor retratista que todos ellos. Ahí estaba Ernesto Valverde, nuevo entrenador del Barça, pero fotógrafo al fin y al cabo. Por eso los miraba de reojo, intentando averiguar, solo con la mirada, si las cámaras eran parecidas a la suya. Pero no, eran más modernas, japonesas al fin.

Y, en efecto, Valverde, que es de los que defiende que la vida es en color, pero las fotos han de ser en blanco y negro, posiblemente estaría meditando cual era la mejor posición para retratarle a él y al escudo.

O, ni siquiera eso, pues se trataba de una foto demasiado común, formal, institucional, de batalla, como para, algún día, formar parte del segundo volumen de ‘Medio tiempo’, su primer libro de imágenes, todas ellas, en efecto, en blanco y negro, fruto de su amor por la imagen histórica, tradicional, de siempre y, tal vez, por su cariño a la Leica, una cámara que no es de estos días de trajín e inmediatez.

A fe que Valverde, miembro fundador de un lugar donde se vive con auténtica pasión la fotografía, la imagen, su historia, su aprendizaje y contemplación, el Centro de Fotografía Contemporánea, sito en el Ensanche de Bilbao, que dirige su amigo y socio Ricky Dávila, otro loco de la fotografía, le hubiese insinuado a más de un compañero de profesión (fotográfica) cual era el lugar ideal para captar la mejor (o más original) de las instantáneas.

Pero no, Valverde no es de los que se meten en el trabajo de los demás, pues cree que todos son grandes profesionales y, aunque él sí acepta, espera y medita los consejos de la gente del fútbol, especialmente de sus dos escuderos, Joan Aspiazu, ese centrocampista que estuvo con Arsenio Iglesias y que, según todos los que le conocen, “lee los partidos como nadie en la Liga, pues ve cosas que no ve nadie”, y José Antonio Pozanco ‘Ros’, según Pep Guardiola “una de las mejores zurdas que he visto en mi vida”, jamás le diría a un fotoperiodista dónde debe colocarse para hacer la foto.

Es posible, sí, que Valverde estuviese pensando, mientras posaba para la posteridad de las próximas cinco horas (lo que dura hoy una foto de actualidad en una web), que, durante las próximas 2+1 temporadas, difícilmente podrá disfrutar de su principal entretenimiento o segunda profesión. No tendrá, desde luego, el medio tiempo del que disfrutó en su último año como futbolista, en el Real Mallorca (1996-97), desde cuyo pequeño ático de las ramblas podía fotografíar el mar entero.

Ahí estaba él, puntual, como es costumbre en él, jovial, con sus ojos brillantes, abiertos, obedeciendo a cualquier signo o petición de sus colegas, los fotógrafos. No había apenas plumillas, uno, dos, tres. Todo eran cámaras. Y ninguna Leica. Pero él saludaba y miraba hacia donde le decían, con esos ojos que ¡ojalá! pudiesen dedicarse a la fotografía pero que, a partir de hoy, de ¡ya!, tendrán que examinar al detalle todo lo que afecta a la plantilla barcelonista.

Salió solo, muy solo, porque, tal vez, ya sabe que la tarea que le espera es una tarea solitaria, que solo podrá compartir, como mucho, con Aspiazu y ‘Ros’. No estaba el presidente y José Manuel Lázaro, su lazarillo en las cosas de prensa, de comunicación, prefirió esconderse, quedarse, detrás del inmenso escudo del Barça. Era salir, lucir semblante, sonreir, empezar a ganarse las simpatías de los que le creen mucho mejor dotado que Luis Enrique para la comunicación, mirar mucho, oir poco, a lo sumo los clics de las cámaras, que ya ni hacen ruido, y regresar a las oficinas para, ahí sí, empezar el trabajo más duro que jamás ha tenido por delante.

Así fue la primera hora de Ernesto Valverde en el Camp Nou. La primera hora de dos años y pico. Delante de decenas de cámaras, él que es el mejor fotógrafo que había en la explanada del estadio. O uno de los buenos.