El divorcio de Abramovich

Que un tío pague mil millones de euros por divorciarse de su esposa puede significar varias cosas, pero una es incuestionable: que le sobra el dinero. Y si este hombre se llama Roman Abramovich y es dueño de un equipo de fútbol, quiere decir otra cosa: no hay ningún futbolista en el mundo que pueda resistírsele ni club alguno que pueda evitar que se le lleven a sus estrellas en un plis plas.

¿Cuántos Ronaldinhos, pongamos por caso, puede fichar Abramovich con lo que le ha costado cambiar de señora? ¿Ocho, nueve, diez? Pues eso, que el Chelsea no tiene un equipo de Ronaldinhos o Cristianos Ronaldos porque al decimosexto hombre más rico del mundo todavía no le ha dado por darse este capricho. Este tipo es un peligro para el fútbol. Primero, porque puede subir la cotización de los futbolistas hasta límites insospechados, en lo que podría darse una especie de competencia desleal y segundo, porque estando él de cuerpo presente en el negocio futbolístico, cualquier desalmado puede utilizarle para amenazar a otro club con una superoferta por un crack con el que, por ejemplo, esté negociando la renovación. ¿Recuerdan cuándo se dijo que el Chelsea estaba dispuesto a pagar cien millones por Ronaldinho? A Laporta se le atragantó la cena aquella noche, porque, claro, no es lo mismo que te esgriman la cartera de Abramovich que la de Ramón Calderón, por poner un ejemplo cercano.

Precisamente en estos momentos en los que el dueño y señor del Chelsea hace ostentación de su patrimonio por una partida personal que a cualquier mortal le deja tieso por un buen tiempo, el hermano de Ronaldinho coquetea con otro que tal, Silvio Berlusconi. Se trata de maniobras de aproximación para marear la perdiz y sacar tajada de una manera u otra. Pero entre el italiano y el ruso no hay color y eso siempre es un alivio ahora que Abramovich estará entretenido con su nuevo matrimonio. El problema vendrá si vuelve a divorciarse y se enamora de Messi...