A Dios le pedimos menos que a Messi

Messi mostrándole a su afición la Bota de Oro de la pasada campaña

Messi mostrándole a su afición la Bota de Oro de la pasada campaña / AFP

E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

Dicen mis amigos de la publicidad, los sabios, algunos gurús como Luis Cuesta y Toni Segarra, gran perico, que los argentinos son muy buenos en cuanto a la creatividad se refiere. Y lo son, sí, lo son. Me acordaba de esa sentencia, ellos, que son buenísimos (mis amigos, digo), cuando visioné el anuncio de cervezas Quilmes (¡todos buenísimos, sí!) alrededor de la participación (y patrocinio, claro) de la selección argentina en el Mundial de Rusia.

Sé que lo han visto, de lo contrario acudan rápidamente a Youtube y véanlo, es fantástico en todos los sentidos. Localización, guión, grabación, mensaje y, sobre todo, intercomunicación entre afición y albiceleste, representada por uno de esos futbolistas argentinos, Óscar Ruggieri, que todos admiramos por su entrega, coraje, ganas de jugar, alma y profesionalidad. En el anuncio, Ruggieri interactúa con la hinchada de un repleto estadio que muestra su cabreo porque los jugadores argentinos no se comportan (o eso dicen) con su selección cómo se comportan en sus equipos europeos. Piensan, fijo, claro, en Leo Messi (Barça), el Kun Agüero (City) o Dybala (Juventus) por poner tres ejemplos de ‘monstruos’ cuestionados.

Hay un momento en que una hincha le grita a Ruggieri “¡es que ni siquiera ponen huevos!”. Y el antiguo central, le dice: “¿Qué pongan huevos?, ya, sí, nooooo, a veces les pedimos mucho más que eso. A veces les pedimos que nos alegren la vida, que nos curen de una gripe, ¡a Dios le pedimos menos!”.Que tremenda realidad: A Dios le pedimos menos. Y es verdad. A Dios le pedimos bastante menos que a Leo Messi. O que a Cristiano Ronaldo. O que a Antoine Grezmann. Ese es el problema del fútbol. Que jamás, jamás, tenemos suficiente. Que jamás, jamás, creemos que nuestro equipo, nuestro equipo del alma, de nuestro corazón, puede perder. ¿Por qué?, porque como un día me explicó, con su enorme capacidad didáctica, de profesor, el psicólogo deportivo Pep Marí, estamos inmersos en un mundo donde, ante el desastre o el desencanto que nos rodea, nuestra autoestima depende de que gane mi equipo de fútbol.

“¿Qué es un fanático?”, se preguntaba Marí. “Fanático es una persona que todo su estado de ánimo, toda su autoestima, casi me atrevería a decir el sentido de su vida, se reduce a una sola acción, actividad, objetivo: mi autoestima depende de que gane mi equipo de fútbol”. Si gana, soy feliz, así de simple; si pierde, soy un desgraciado, así de triste. Y la siguiente pregunta fue ¿por qué eso solo ocurre en el fútbol? “Porque hemos convertido el fútbol en algo tan grande que solo el fútbol da sentido a nuestras vidas, otorgándole una importancia tal, a nivel social, como para poder ser la mayor fuente de autoestima para una persona. Es irracional, pero ocurre”.

Y es ahí donde a muchos nos sorprende, según el relato de Marí, que “la felicidad de una persona pueda depender de lo que haga un equipo de fútbol, sobre el que no podemos influir en nada ¡en nada!” Y, cuando no gana, pasa lo que pasa: llega la frustración del aficionado.

“Y esa frustración se saca de múltiples manera, algunas ciertamente incomprensibles, impropias de un ser humano y, a veces, la menor expresión es insultar. Si yo no me lo jugará todo a esa carta y mi vida tuviese otras fuentes de autoestima como familia, trabajo, amistades, diversiones, entretenimientos varios…, me tomaría el fútbol como lo que es ‘solo fútbol’, ‘solo deporte’, y, cuando perdiera mi equipo, me sentiría feliz por todo lo demás, muy feliz. Lo demás no tiene sentido”.

Resumen: si mi felicidad depende de que gane mi equipo, si mi única fuente de autoestima depende de eso y mi equipo pierde, me desespero, pierdo el control, me convierto en un fanático, peor, en un hooligan, no soy racional. “No tiene ningún sentido poner tu felicidad en manos de alguien, llámese Leo Messi o Real Madrid, cuyo éxito en nada depende de ti”. He pensado en todo eso viendo el anuncio de Quilmes. Y he pensado que, en el colmo de la barbaridad, del sinsentido, los hay que consideran poco conquistar el doblete que ha conquistado el Barça (¡tremendo, con semanas de antelación y récord en la Liga!) o el sensacional doblete, a su manera, del Atlético, segundo en la Liga (a años luz del Real Madrid) y campeón de la Europa League.

Vale, el Real Madrid ganará hoy (o no) otra Champions y, sí, hará un ‘temporadón’, pero los tres equipos españoles podrán irse de vacaciones siendo grandes, enormes, y habiendo devuelto a sus hinchas con títulos, todos, el cariño y la devoción que les han dado.

Lo contrario, perdónenme, es estar loco. De verdad. O pedirle a Messi, CR7 y Greazmann lo que ni siquiera pedimos a Dios.