La Última

Didier Yves Drogba Tébily

Emilio Pérez de Rozas

Tenía que ser Drogba, solo Drogba, nada más que Drogba, por supuesto Drogba, como no Drogba, claro que sí Drogba, ¿a que sí?, Drogba, no podía ser otro que Drogba, él solo vale por todo el Chelsea, él solito vale la fortuna de Abramovich, solo su pie derecho es el doble de grande que ese megayate del ruso llamado `Le Grand Bleu¿, solo su cabeza ya vale todo lo que el magnate ese hubiese querido pagar por el título europeo, solo su corazón ha salvado a este mediocre Chelsea, el campeón más ramplón de los últimos años, el candidato eterno, el equipo que ha llegado llorando a Múnich y que apagó, de golpe, todas las luces de ese espectacular Múnich Arena.

Solo Drogba, solo él y nada más que él, podía protagonizar un milagro de ese calibre. Solo un tipo que se echa a sus espaldas toda la historia del fútbol inglés, que es eterna, larguísima, interminable, casi única, la marca del Chelsea, la fortuna de su dueño, el color azul del mar, de la esperanza, de la sonrisa de su camiseta y decide salvar a los suyos, primero con un golazo de cabeza ¿ven, la cabeza que vale el talón que hubiese firmado a ciegas ese rico hortera¿para empatar el partido la primera vez que lo tenía perdido y, luego, mete su piececito (tras recibir un masaje en su muslo de acero, de metacrilato, de conglomerado, de cemento armado) para convertir el penalti del triunfo. Histórico, claro. También para él que ha ganado y perdido tanto.

Solo ese monstruo negro, más que negro, azul marino, azul ilusión, azul de Chelsea, podía obrar semejante milagro y dejar sin nada, a cero, sin marcos, sin euros, sin rublos, sin bancos, sin primas de riesgo, sin bolsa a la rica Alemania. Solo Drogba, en plena crisis del 2012, en pleno caos del nuevo siglo, en plena dictadura de la señora Angela Dorothea Merkel, podía convertir un partido de fútbol, una final, la fiesta de la cerveza, el apoteosis del dominio alemán, en un desastre, en un fracaso, en una derrota. Ellos, los alemanes, que hace tiempo que no pierden, sufrieron ayer la más dolorosa de las derrotas. Y fue, sí, por culpa de Drogba, que lo hizo todo, todo. Lo bueno, golazos y corazón, y liderazgo. Y lo malo, el penalti de idiota a Ribéry, que erró el chulito de Robben.

Solo Drogba, que huele, lo siento, a Balón de Oro, podía convertir una final fabricada para el Bayern de Múnich en la fiesta del equipo que menos ataca y más conserva del mundo, de la historia. Solo Drogba podía liderar un proyecto con tan poco, o nada, o cero, fútbol como el Chelsea del italiano Roberto di Matteo, al que, supongo, el dueño de `Le Grand Bleu¿ despedirá hoy después de la fiesta de campeones.

Solo Drogba podía convertir en verdad esta pura mentira del fútbol, el único deporte donde puede ser campeón el peor.