La diabólica irrupción del Madrid en la 'operación Neymar'

Neymar, prioridad de mercado

Neymar, prioridad de mercado / sport

Ernest Folch

Ernest Folch

La irrupción del Madrid en la ‘operación Neymar’ convierte en diabólico lo que ya de por sí era un traspaso altamente complejo. Hacía mucho tiempo, concretamente desde que el Barça fichó al brasileño por primera vez, que los dos grandes rivales no se encontraban en un fichaje, y el destino ha querido que sea, cinco años después, exactamente con el mismo jugador. Estamos, sin duda, en el momento crítico de esta gran partida de póker, que se resolverá inevitablemente en los próximos días. Hay dos factores contradictorios que hasta la fecha se han balanceado mutuamente y han impedido que la operación caiga de un lado o de otro: el PSG no quiere vender el jugador al Barça, pero el jugador prefiere al Barça. El club blaugrana tiene la sensación que en París hay un afán de venganza por sus pésimas relaciones (que empezaron a torcerse con Verratti, empeoraron con el 6-1 y terminaron de enrarecerse con Rabiot), y que la entrada del Madrid le permite al PSG su gran objetivo, que no es otro que el de dejar en evidencia al Barça. En cambio, el club blaugrana ha tenido hasta hoy a su favor la baza de la voluntad de Neymar, pero le pide al jugador un gesto en público para poder decantar la balanza a su favor. La cuestión es que la ‘operación Neymar’ ha sido hasta hoy un ‘tsunami’ silencioso, en el que las partes casi no se han manifestado: el PSG habla con la boca pequeña, pero deja entrever que ya no quiere al jugador. El Barça dice que no hay caso aunque negocia por debajo. El jugador no dice nada, aunque filtra a cada minuto su malestar. Y el Madrid calla, aunque desliza a su entorno más cercano que va con todo a ficharlo. La cuestión es que este tenso silencio ya no puede durar mucho más, porque nos estamos acercando al momento de la verdad. Estamos a punto de escuchar alguna manifestación pública de alguno de los cuatro actores implicados: Barça, PSG, Madrid, Neymar. Todavía no sabemos si el primero que hable se lleva el gato al agua o lo pierde para siempre.