Los datos robotizan el fútbol

Pjanic recibiendo instrucciones antes de salir al campo

Pjanic recibiendo instrucciones antes de salir al campo / VALENTI ENRICH

Bojan Krkic

Bojan Krkic

Números para medir kilómetros recorridos, para calcular pases buenos, malos y a qué compañeros han ido dirigidos. Cuántas carreras ganadas y cuántas perdidas. A qué velocidad se ha esprintado, claro. Estadísticas que nos hablan de la estrategia, de lo que aportan los suplentes o de la superficie de golpeo del pie. Y si es con el derecho o el izquierdo, por supuesto. También se mide en una cuadrícula las situaciones de inferioridad, superioridad y cómo afrontarlas. Incluso el tiempo de recuperación que cada jugador necesita para superar lesiones similares. Todo se traslada al ‘Excel’ y está bien que así sea. Es una forma de tener controlado todo aquello que puede ser controlado con el objetivo de minimizar el riesgo o la incertidumbre. Pero no todo puede ser medido. Mejor aún, no todo debe ser medido.

La dirección que el fútbol, desde hace años, ha tomado no me gusta. No me parece bien sentarse ante una tabla numérica para decidir si es conveniente firmar a un futbolista u a otro. Como tampoco dar instrucciones a tus jugadores según los baremos que nos aporta una base de datos. Creo que *la obsesión con la que se usan las estadísticas está convirtiendo el fútbol en un deporte mucho menos espectacular, mucho más automatizado* e, incluso, robótico. Y quienes compiten sobre el césped no son máquinas a las que medir todo aquello que puede ser medido, sino personas cuyo talento les ha hecho llegar donde están. El fútbol es magia, es improvisación, son emociones, es espontaneidad y calidad. Es, si me permiten, la libertad para decidir qué hacer en cada momento y en cada situación. Y es precisamente eso lo que convierte a este deporte en un espectáculo de masas que, poco a poco, va camino de transformarse en un conjunto de líneas dibujadas sobre un papel que muy poco tienen a ver con la esencia del juego mismo.

Captar el talento es un arte cultivado a través del tiempo y de horas y horas viendo fútbol. Y, poco a poco, el talento va perdiendo presencia mientras el físico basado en las estadísticas la gana. El jugador debe ser, también, un atleta, pero no puede ser solo un atleta. Hoy en día, los clubs toman decisiones a través del ordenador, sin valorar a esa gente que tiene la virtud de ver en futbolistas cosas que la calculadora nunca reconocerá. Los buenos entrenadores huelen el fútbol y, aunque analizar ciertos parámetros puede servir de ayuda en momentos puntuales, hay muchos aspectos intangibles que no se pueden pasar por alto. Y lo que es más importante: para detectarlos lo más efectivo son el instinto y la capacidad de ver más allá de cada jugador. Sin embargo, esa sensibilidad y olfato para el talento todavía está muy lejos de ser captado por un software.

Premio a la constancia

Es casi una obligación por mi parte felicitar desde este espacio a la sección de balonmano por culminar una enorme temporada ganando la Copa de Europa. Es también imprescindible dar las gracias a la sección de baloncesto por una campaña en la que, como dice Mirotic, han jugado cuatro finales y han ganado dos, la última de ellas ante el Real Madrid para ser campeones de Liga siete años después. Se trata de dos títulos que refuerzan mucho a las secciones, que hacen cada día más grande al club. Es un premio a la constancia y a la dedicación en ambos casos, pero permítanme que haga una pequeña reflexión sobre el trabajo de Jasikevicius y su equipo. Los proyectos ganadores van de esto: apostar por un líder que ejerza como tal, que sepa obtener lo máximo de la gente que le rodea y que, en el fondo, nunca esté del todo satisfecho. Este equipo perdió la final de la Euroliga, un golpe durísimo del que se levantó jugando ocho partidos en dieciseis días para ganar la Liga. Lo suyo es impresionante.