El culpable no es Piqué, ni Hierro ni Rubiales: se llama Madrid y Lopetegui

España, 1 - Rusia, 1

España, 1 - Rusia, 1 / EFE / AFP

Ernest Folch

Ernest Folch

España sucumbió sin ninguna grandeza contra una selección anónima como la rusa, número 70 del mundo, que sin hacer nada, se planta en los cuartos de final de todo un MundialFue un partido que empezó malcon una alineación en la que Hierro pareció ceder a cierta presión ambiental, y dejó a Iniesta en el banquillo. Sin el manchego, el juego fue definitivamente plano y previsible, en manos una vez más de Isco, el único que ha intentado emerger de la apatía general. La entrada de Koke y de Marco Asensio no aportó nada de nada a un partido solamente alterado primero con un gol en propia puerta (celebrado por Ramos como si fuera propio) y más tarde con un penalti absurdo de Piqué, que recibió un castigo excesivo a su mano tan inoportuna como involuntaria.

Tampoco aportó nada la entrada de Nacho, ni la posterior entrada de Carvajal, en una banda derecha que en su día fue condenada mortalmente por Lopetegui cuando decidió incomprensiblemente no seleccionar a Sergi Roberto.

Con estas bases, el encuentro no fue nada más que un rondo estéril, en el que España dominó sin ninguna profundidad y se pareció a una mala copia del juego del Barça cuando deriva hacia el balonmano: el balón iba de extremo a extremo, sin verticalidad, sin ocasiones y sin velocidad alguna. Es cierto que el castigo fue muy duro y desproporcionado con un conjunto que al menos intentó jugar y crear ocasiones, pero en el fútbol nada se paga más caro que la indolencia, la falta de ambición y el juego contemplativo. Fue sin duda una selección sin vitalidad y sin fe, que no se creyó que podía ganar ni siquiera cuando iba ganando. Lo cierto es que, en la lotería de los penaltis pudo haber pasado, pero no parecía tener fuerzas para avanzar más en un Mundial donde equipos de la segunda fila como Uruguay, Bélgica, México o Croacia han demostrado ser infinitamente más fiables que La Roja.

Habrá que preguntarse cómo es posible que una selección con un plan definido (juego de control) y una cantidad de talento tan enorme haya sucumbido de esta manera tan triste y poco épica: incluso la malograda y caótica Argentina vendió más cara su dignidad al lograr marcar tres goles a la Francia de Mbappé. Y si España ha vuelto a las andadas, a los tiempos en los que no pintaba nada en el panorama del fútbol mundial, no ha sido por los errores de Hierro, ni por la mano de Piqué, ni por la controvertida pero necesaria decisión de Rubiales. Ha sido únicamente por culpa de Lopetegui, que traicionó a su propio proyecto y lo dejó herido de muerte a pocas horas de empezar, y por culpa del Real Madrid, que no tuvo reparos en asaltar la selección y desestabilizarla para proteger sus intereses.