Cuidado, no lo demos por ganado

Gente paseando en Barcelona

Gente paseando en Barcelona / EFE.

Alex Corretja

Alex Corretja

Una de las grandes lecciones de vida que me ha dado el tenis ha sido la de respetar al rival hasta el final para no terminar lamentando disgustos fatales. Hace unas semanas, charlando con mi amigo, el extenista argentino Javier Frana en nuestro podcast de tenis ('Subidos a la Red') en el que compartimos las experiencias vividas en el circuito, le comenté lo mal que llevaba perder según qué partidos en mi carrera, a pesar de que desde fuera podía parecer que no era así.

Pues bien, unos días más tarde, me llegó una foto vía Twitter de alguien que debió escuchar esa afirmación sobre mis derrotas y dio con la imagen perfecta para ilustrarlo. Era del año 92, yo apenas tenía 18 años y acababa de perder la final de un torneo 'Challenger' (categoría previa a los torneos más grandes del circuito ATP) en la población francesa de Yvetot. La instantánea no tendría más importancia que mi “simple” derrota, pero ese ‘tuit’ me inspiró a escribir sobre ello y explicar lo que sucedió detrás de ese momento inolvidable en mi vida. 

Era la primera vez que llegaba a la última ronda de un torneo de 100.000 dólares en premios. Me enfrentaba al haitiano Ronald Agenor, un jugador 10 años mayor que yo y por supuesto, con mucha más experiencia en el circuito. Recuerdo como si fuera ahora que con 4/0 40/15 a favor mío en el tercer “set”, hice un “ace” que me dio el 5/0 en el marcador, salí corriendo hacia el cambio de lado convencido de que el título era imposible que se me escapara, solté todo la tensión que tenía acumulada con un soplido profundo vaciándome por completo. Sentado en la silla empecé a calcular los puntos que sumaría en el ranking que me colocarían entre los 100 primeros del mundo por primera vez en mi vida. Dejé de pensar en la táctica y me ‘empané’ pensando en muchas otras cosas. 

Lo curioso del tema es que mirando al palco donde estaba mi equipo, vi a mi “manager” que ya tenía preparadas unas botellas de champán francés para celebrar el triunfo. Reanudamos el juego y mi rival mantuvo su servicio, 5/1, yo seguía relajado y cedí el mío, 5/2, no pasa nada, pensé, aún tengo margen. Agenor ganó su ‘saque’ y se puso 5/3, entonces me entró un sudor frío al darme cuenta que ya no podía fallar más, pero ya era demasiado tarde, lamentablemente me había desconectado tanto del encuentro que no fui capaz de volver a mis rutinas y acabé perdiendo 7/5. Esa noche no dormí ni un minuto, y no porque me fuera de marcha como me hubiera gustado, sino por la sensación de estúpido que se me quedó después de perder esa final. Por suerte mi carrera acabó siendo muy positiva y logré trofeos mucho más importantes que el de Yvetot, aunque curiosamente nunca fui capaz de ganar ningún “challenger”. 

El tenis me ha dado infinidad de lecciones, pero una de las más importantes, ha sido la de no relajarse nunca hasta que no ganas el último punto del partido. Yo lo aprendí con mayúsculas a los 18 años. A día de hoy tengo la sensación de que hay mucha gente que se ha relajado pensando que el ‘partido’ contra el Covid-19 ya lo hemos ganado, pero recordad que al rival hay que respetarlo hasta el final si no queremos disgustos fatales de última hora.