Cuando el hambre está saciada

Juventus 3 - FC Barcelona 0

Juventus 3 - FC Barcelona 0 / Valenti Enrich

E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

Uno ya tiene una cierta edad. Por eso creo que, al margen de lo que piensen de mí mis amigos, cada vez menos, lo más importante es tratar de contar las cosas como las sientes y las vives. A mi director se le ocurrió, cierto día, que esta paginita de los sábados se llamase así, las cosas de Emilio. Y a mí, cuyo único objetivo en esta vida es que mis textos le gusten a mi maestro Antonio Franco, me pareció divertido, original, gracioso y, por supuesto, para nada pretencioso. “Ese será tu rincón y ahí cuentas lo que quieras”, me dijo el dire, sin posibilidad de decirle “ya, pero es que yo había pensado que se llamase…” Nada, las cosas de Emilio.

Voy pallá. Les contaré el desencanto que, tras el nuevo ridículo de Turín (sumado al precedente de París), llevamos todos dentro y que, sin embargo, no tengo la sensación que carguen ellos sobre sus hombros o lo tengan presente en sus desayunos. Y, contemplando la arrogancia de Luis Enrique ayer, menos. Esa misma noche, me llamó, desde Argentina, mi amigo Carmelo Ezpeleta, máximo responsable del Mundial de motociclismo, el culé más bestia que vive en Madrid, el que más, el que discute con el peluquero si le ve dudar sobre el señorío del Barça. “¿Oye, Emilio, de verdad estos chicos, cuando juegan, no piensan en los niños que los adoran, en cómo irán esos niños al cole al día siguiente de ser goleados así?” Minutos después, me llamó, aún sentado en su asiento del Juventus Stadium, mi amigo Josep Maria Espinalt, de Santpedor, sí, sí, de Santpedor, socio de toda la vida del Barça, farmacéutico, perdón, jefazo de unos laboratorios tremendos: “Emilio, ni se han dignado a acercarse a la tribuna donde estamos para agradecernos que hubiésemos venido a verles perder, a no pelear. ¡Ni siquiera ese detalle han tenido!”.

Yo, el miércoles, es decir, al día siguiente, me encerré en casa. Puse el móvil en modo avión, bajé el volumen de la tele, empecé viendo el Borussia Dortmund-Mónaco, a continuación el Bayern de Munich-Real Madrid y acabé visionando el Atlético-Leicester, que me había grabado. Sí, sí, como dice Araceli, un enfermo de 64, solo en casa viendo fútbol. ¿Y qué vi? Equipos que querían ganar, los seis; conjuntos que deseaban agradar; futbolistas que se dejaban la vida; estrellas hambrientas y, sobre todo, onces a los que les iba algo más que el resultado en el envite. A los del Borussia, les acababan de poner tres bombas en su autobús e iban como flechas para agradar a los suyos, que habían llenado su estadio de pasión y sus casas, de hinchas rivales. A los del Mónaco, les iba el prestigio. Y el hambre. Porque si en el Borussia es Pierre Aubameyang quien quiere ser como Leo Messi, en el Mónaco es Kylian Mbappe, quien persigue la carrera de Neymar Júnior, sin tanta tontería.

Y, en el Bayern-Madrid, donde, aquí sí, ya tienen saciada su hambre, su vitrina y su cuenta corriente, ahí les iba el prestigio, la historia, los valores, sí, sí, Piqué, los valores, que son puro oro futbolístico. Y ahí también veías a auténticas estrellas, jugando con uno menos, partiéndose la cara para tratar de evitar que el Madrid les eliminase ya en la ida.

Y, luego, más modestamente, pero con el mismo vigor, energía, vitalidad, brío, pujanza, viveza, empuje, nervio y fuerza (todo lo que le faltó al Barça en Turín….y París) aparecieron en mi TV el Atlético y el Leicester. Y puede, tal vez, sí, no les diré que no, que ahí viese más gladiadores que seguían, al pie de la letra, las instrucciones de sus generales, que fútbol virtuoso. ¡Pero es que se trata de la Champions! y en eso estaban, en sobrevivir, en defender sus colores, en contagiar su pasión a la grada.

Yo entiendo que cuando uno está tan arriba, ha llegado tan alto, ha ganado tanto, ha alcanzado la excelencia y generado tanta felicidad, es difícil encontrar la motivación para seguir haciéndolo cada día. Pero uno, lo siento, no debe, no puede, jugar como jugaron en Málaga y Turín. Lo malo, lo horrible, es pensar que sí puede. Pero no, no puede. O no puede bajo el pecado de hacer llorar a algún niño, desencantar a algún joven y cabrear a más de un adulto. Puede que a ellos, que han ganado tanto (de todo), no les importe. Pero sí importa, sí. Y mucho. Tal vez reparen el resultado. Son tan buenos, que pueden lograrlo, ¡vaya que sí! Pero a mi amigo Espinalt, le seguirá faltando un saludo, un gracias por haber venido.