Cristiano: qué rabia das

Cristiano Ronaldo sigue demostrando su chulería con sus declaraciones fuera de tono

Cristiano Ronaldo sigue demostrando su chulería con sus declaraciones fuera de tono / Efe

Carles Sans

Carles Sans

La inconmensurable frase de Cristiano Ronaldo dicha la semana pasada en Lisboa de que es el mejor, digan lo que digan, me ha hecho recordar la anécdota de un chaval con el que jugaba a fútbol en mis años de estudiante. En la vida, los sobrados, caen fatal. A lo chulos se les desprecia. La arrogancia puede que dé titulares en la prensa, pero los da porque precisamente en ellos se evidencia el defecto que te define. Y no es cosa de ser de uno u otro equipo, conozco a madridistas y portugueses, admiradores del Cristiano jugador, que repudian su fanfarronería. No dirán que les cae mal porque no interesa, pero créanme, no lo soportan. ¿Qué necesidad hay de decir públicamente que uno es guapo o rico? Si eres todo eso, además de buen jugador, ya serán los demás quienes admitan tus virtudes. Una cualidad pierde enteros cuando está revelada por quien cree poseerla. ¿Que a lo mejor Cristiano lo hace para picar a quienes no le reconocen como el mejor? Bueno, entonces que no se extrañe que una reacción tan poco madura genere más aversión en aquellos a quien quiere provocar.

Acabaré con la anécdota antes apuntada: de entre todos los chavales que había en el curso, había uno que jugaba al fútbol como nadie. Todos, a la hora de escoger equipo, queríamos ir con él. Era un chaval de constitución fuerte, guapote y que driblaba a quien se interpusiera. La lástima es que quería mandar en todo lo que se hiciera durante el partido. Como se sentía el mejor, mandaba él y punto. Si una entrada era falta o no lo era, lo decidía él; si la pelota entraba o no, aunque no lo hubiera hecho, lo decidía él. No había quien le levantase la voz. Lo peor es que si fallabas un pase o no se la pasabas siempre, te echaba la bronca y ya no ibas más con su equipo. La cuestión es que con el tiempo cada vez menos chavales quisimos jugar con él. Lo aborrecimos. Era bueno, pero era imbécil. Solo los buenos de verdad dejan que sean los demás quienes lo definan. ¿A que sí? ¡Siuuuuuu!