La crisis de gobierno del Barça es estructural

Reverter y Joan Laporta, CEO y presidente del FC Barcelona, respectivamente

Reverter y Joan Laporta / VALENTÍ ENRICH

Ernest Folch

Ernest Folch

No se engañen: para bien o para mal, dentro de una semana ya nadie se acordará de Ferran Reverter. El fútbol es puro y dramático presentismo, apenas existe el pasado o el futuro, y este es precisamente el problema. De ahí que, antes de que se lo lleve el viento, sería bueno intentar reflexionar sobre la preocupante renuncia del ya exdirector general, un ejecutivo de prestigio, que además impresionó por su talento en las pocas ocasiones que tuvimos la suerte de escucharle hablar en público.

Nos dicen que Reverter se va por el acuerdo de patrocinio, por la injerencia del presidente y de su entorno en algunos fichajes, o por el nombramiento de gente por criterios no profesionales. Sin embargo, haríamos bien en no quedarnos en lo superficial. El problema no se llama Reverter ni tampoco Laporta: esto no es ni siquiera una lucha de dos egos, como sugieren algunos de los primeros relatos. El problema de fondo es estructural, y tiene que ver únicamente con la gobernanza del club.

No se trata de que Reverter o Laporta se lleven bien o mal, sino de que el Barça, un club democrático que debe escoger o refrendar su junta directiva cada equis tiempo, es inevitablemente un club presidencialista, puesto que así lo exige el propio sistema electoral. De ahí se explica el éxito de la famosa pancarta en las últimas elecciones, que tiene que ver con un habitual culto messiánico a la figura del líder.

Pero sucede que el presidencialismo es difícilmente compatible con una gestión ejecutiva profesional, y ha llegado un punto en el que directivos que no cobran nada y normalmente con escasas competencias sobre la materia mandan por encima de los ejecutivos que sí cobran y sí que saben. Es cierto que muchos ejecutivos preferirían que el club fuera una sociedad anónima donde solo tuvieran que rendir cuentas ante un consejo de administración, una solución que el barcelonismo no tolerará jamás.

Ahora bien: el asunto Reverter pone en evidencia que el presidencialismo no es tampoco una buena opción. Si el Barça, y su masa social, no emprenden una reflexión profunda sobre cómo reestructurar el gobierno del club, las crisis se irán sucediendo una detrás de otra, y la tentación del presidente será siempre acumular cada vez más poder, como si el tiempo se hubiera parado en la década de los ochenta. El problema no es de Reverter ni de Laporta sino del Barça.