La crisis del Madrid es consecuencia de su falta de pluralidad

Florentino y Mourinho vivieron días felices en el pasado

Florentino y Mourinho vivieron días felices en el pasado / efe

Ernest Folch

Ernest Folch

El Real Madrid consumió ayer el despido de Lopetegui, pero no cerró la brutal crisis abierta en el Camp Nou. Anunció que Solari sería el nuevo entrenador, de manera provisional y sin que se sepa quien va a ser el que asuma el cargo de manera definitiva, eso sí, tras una andanada jamás vista contra el entrenador saliente, síntoma del momento sálvese quien pueda que vive la entidad blanca. Es difícil imaginar un caos mayor, es imposible igualar semejante despropósito de gestión. Desde hace tiempo, el Real Madrid parece gobernado por su peor enemigo.

Un club que consiguió la hazaña de convertir su espectacular tercera victoria seguida de Champions en un conflicto imprevisible, con el desplante en el mismo césped de Cristiano, que fue el preludio de su marcha. Pocos días después, lo superó con la dimisión de Zidane, el artífice de las tres Champions, una fuga que inauguró un vodevil en el que media docena de entrenadores europeos rechazaron la oferta de entrenar a la casa blanca. Hasta que, por desesperación, al presidente no se le ocurrió mejor idea que asaltar La Roja, y no solo fichar al técnico sino anunciarlo de inmediato.

Aquella decisión no solo provocó la desestabilización absoluta de la selección (y fue la génesis de su errático Mundial) sino que encima ha llevado al propio Madrid a la ruina, porque el mismo técnico que en la primera llamada no supo decir que ‘no’ a su futuro presidente ha sido incapaz de gobernar una nave para la que no estaba preparado. El esperpento final ha sido que Lopetegui acudió al campo de su eterno rival cesado oficiosamente, sin la confianza de nadie, y a merced de un Barça que olió la sangre de su descompuesto rival. El responsable de esta sucesión de despropósitos se llama Florentino Pérez, por mucho que ahora algunos se entretengan con el dedo que señala la luna, es decir, Lopetegui.

Pero resulta que este responsable no puede ni discutirse, se hace llamar Ser Superior y no tiene ni sucesor ni oposición porque el cargo es él perpetuado en la eternidad. Y es que en realidad la crisis del Madrid no tiene que ver con ningún entrenador sino con su sistema de gobierno, inspirado en una especie de oligarquía en la que todo siempre es culpa de los demás, es decir, de cualquiera que no sea el presidente. La inmunidad presidencial está salvaguardada gracias a unos estatutos que en la práctica exigen condiciones casi inalcanzables para presentarse (20 años de antigüedad, aval personal del 15% del presupuesto) que en realidad bloquean la democracia e impiden una alternativa.

Mientras el barcelonismo se queja a menudo del exceso de crítica que rodea al Barça y los socios son capaces de tumbarle a su junta desde una reforma de un escudo hasta un cambio trascendente en los estatutos, un Madrid bunquerizado languidece precisamente por su falta de pluralismo. Sin duda es mejor pecar de demócrata que de oligarca.