¿Nos contarán la verdad?

Joan Laporta, junto a Mateu Alemany

Joan Laporta, junto a Mateu Alemany / EFE

E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

Es posible, sí, que dentro de dos o tres años o, quien sabe, quizás antes, el barcelonismo tenga en el altar a Joan Laporta, que ya disfrutó de esa veneración (bueno, su triunfo arrollador en las últimas elecciones ya tuvo un aire de salvador, de apóstol, de santidad), Ferran Reverter y Mateu Alemany. Repito, puede.

De momento, así, a la primera, tras semanas de incertidumbre, de dudas, de silencios, de una clara demostración que, pese a todo lo pregonado en la campaña, no tenían nada, ni siquiera el aval, preparado, puede que el plan de acción del equipo de Laporta es, realmente, tan improvisado como parece.

Desde el primer momento (aquí se escribió en esas fechas), todo el mundo sabía que, de triunfar Víctor Font, los que llegasen solamente retocarían algunos puestos importantes en el organigrama y esquema del club, mientras que de vencer Toni Freixa muy pocas cosas iban a cambiar, pues el abogado catalán era el menos crítico con lo que los demás calificaban de caos.

La sensación que existe ahora, dentro y fuera del club, es que a Laporta y los suyos no les gusta, no les va, no quieren nada del pasado, ni siquiera a aquellos que han llenado las vitrinas del museo de trofeos. Laporta, a quien muchos critican por haber hecho demasiados compañeros de viaje durante la candidatura, teniendo ahora la necesidad de contentar a demasiada gente (sea vía aval, vía recogida de firmas, vía amistad, vía compromisos del pasado, vía frases grandilocuentes que dan votos), va quitando, cesando, finiquitando a un montón de gente y colocando a personas de su confianza en todos los rincones del club.

No deja de ser sintomático que, durante las semanas que siguieron a la masiva y clara victoria de Laporta, cuando hablabas con el entorno del viejo-nuevo presidente recibías siempre el mismo comentario “aquí, esperando si se acuerdan de mi” y, por supuesto, cuando hablabas con trabajadores del club de toda la vida los había que se sabían sentenciados (los hay aún) y, por supuesto, reflexionando sobre su futuro, no solo por la función a cumplir sino, incluso, por el nuevo tipo de jefe que le tocase, pues no todo el mundo está dispuesto a trabajar con según quien.

El caso es que el goteo que se ha ido produciendo, siempre en silencio, siempre de noche, siempre a oscuras (cada empresa tiene derecho a hacer su renovación como le apetezca, como lo crea oportuno), tanto en los despidos o final de ciclo de ejecutivos y técnicos importantes, ha sorprendido a mucha gente aunque es evidente que la pandemia se ha llevado por delante la importancia del deporte, del Barça y de todo lo que rodea al ‘mes que un club’. Se sabe mucho (y, en algunos casos, muy bueno) de los despedidos, se sabe poco de los que llegan, de los nuevos.

Han pasado ya algunos meses y aquí nadie ha explicado nada. Repito, están en su derecho. Siempre que se critica que ni Laporta, ni Reverter, ni Alemany han explicado nada de lo que han visto, de lo que han analizado y de lo que quieren, pretenden o aspiran a hacer, surge la misma (y válida) respuesta: estamos esperando el resultado de las cuatro, porque son cuatro, ‘due diligences’ que han de definir la fotografía, el estado real, del Barça.

Es por ello que solo hay ruido. Es por ello que cómo no se sabe el dinero que se debe, a largo y corto plazo, el que se ingresará y lo que costará hacer lo que quieren hacer, solo hay ruido. Eso sí, hay que lanzar a los mil vientos que Leo Messi se queda. O que están en ello. O que lo van a lograr, tal y como anunció Laporta en campaña. Recuerden: “Solo conmigo, lograremos que Leo se quede”. De lo que no hay duda es de que si nada de lo que había en el Barça le gusta a Laporta, menos le gustará, digo yo, mantener a Ronald Koeman. Y, mucho menos, si acaba perdiendo, como todo parece indicar tras los tres últimos desastres (Granada, Atlético y Levante), el título de Liga.

Algo parece evidente por la señales optimistas, pomposas, grandilocuentes, que el propio Laporta ha ido lanzando en las últimas semanas: va a ser difícil que se cuente la verdad al socio. No digo que se le mienta, ¡por favor!, pero solo contando la auténtica realidad de las cuentas y de lo que ganan estos chicos, incluido Leo Messi, de las fichas de los veteranos treinteañeros, que todos pretenden quedarse porque todos han sido calificados de vitales y necesarios por el propio presidente, y de la escasez de recursos económicos para reforzar esta plantilla con fichajes de lujo, se puede afrontar, no ya un año, el venidero, de transición, sino varios años de sequía y reconstrucción.

Ni Laporta, ni Reverter, ni Alemany parecen dispuestos a lanzar un discurso sensato, real, cierto, cauto, lo que no significa que no se pueda ilusionar a la afición y, sobre todo, prometer un proyecto culé, rejuvenecido, canterano, a medio plazo, con la marca de La Masia. Nada de eso se me antoja posible.

Si seguimos enganchados a la Superliga y sus 350 millones de euros de entrada es que andamos desesperados por el dinero y no por un reconocimiento explícito de que estamos arruinados y necesitamos tiempo, paciencia, esperanza, acierto, buena gestión y suerte para volver a ser los de antes. No van por ahí los tiros, no.