Sí, el club más grande del mundo

Los jugadores del Barça Lassa celebran la conquista de la Copa del Rey de basket 2018

Los jugadores del Barça Lassa celebran la conquista de la Copa del Rey de basket 2018 / ACB Media

E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

Ya les he hablado (perdón, escrito) de él en diversas ocasiones. Y lo hago porque para mí es una referencia, un faro, un mirador, alguien que, desde que nació, desde hace un montón de décadas, otea el presente y horizonte barcelonista con la pasión que requiere ser del Barça desde la cuna, querer que tus hijos lo sean (uno nos ha salido del Atlético, pero de pura cepa) y, sobre todo,  vivir intensamente, con calor pero sabiduría y conocimiento, todo lo que haga referencia al Barça.

Les cuento, mi amigo Jordi Tomás estaba anoche eufórico. Cierto, se desesperó porque el Betis defiende horrible (“perdón, Emilio, no defiende horrible, no, simplemente no defiende y no entiendo cómo Serra Ferrer no se corta las venas de tener un entrenador tan guay como Setién”) y, claro, el Real Madrid, que acaba de descubrir por vigesimoquinta vez al bueno, al extraordinario de Asensio, mil veces mejor que Isco, jugador de fútbol sala más que de fútbol grande, terminó goleando a los simpáticos verdiblancos.

Pero Jordi era anoche tremendamente feliz. Había vivido el fin de semana ideal para un enfermo como él. Había ganado el Barça B en Lugo (1-2), el Barça gigante (bueno, menos gigante, más de mono de trabajo, ‘a lo Cholo Simeone’ ¡vamos!) había arrancado una victoria importantísima en Ipurua, por la noche las bestias (“auténticos colosos, Emilio, auténticos colosos”) del balonmano habían remontado (28-27), en partido de Champions, frente al durísimo Orlen Wisla Plock de Polonia y, en el colmo de los colmos, en la fiesta mayor, en la verbena final del domingo por la noche, el equipo de basket, resucitado de la mano del bueno y sabio de Pesic, le habían arrebatado, en un auténtico partidazo, la Copa del Rey al Real Madrid.         

Lo he contado muchas veces y no me cansaré de expresarlo siempre que pueda. No hay, no hay, en todo el mundo un club como el Barça, capaz de eso, de aglutinar tanta felicidad (y, a menudo, claro, porque es el riesgo, tanto dolor sentimental ante las derrotas) como el ‘més que un club’.

Eso, que debería ser, que lo es, ¡caray!, que lo es, el mayor orgullo de los miles y miles de socios de esta entidad, es decir, ser el club más polideportivo del mundo, es lo que hace sentirse a tipos como Jordi los seres más felices del mundo cuando, a las doce de la noche de ayer, en ese momento en que se acaba la arena del reloj del domingo y empieza a ser lunes, apagan la luz de su mesita de noche y se sienten reconfortados por pertenecer a una entidad que pelea por hacer felices a sus socios y simpatizantes defendiendo los colores en múltiples competiciones del más alto nivel.

Ese Barça tendrá mañana, precisamente mañana, su máxima expresión en el inicio de la eliminatoria de octavos de final de la Champions frente al poderosísimo Chelsea del no menos milmillonario Roman Abramovich. Es un día, una noche, una cita de las grandes, de las enormes, de esas en las que los futbolistas crecen y, sobre todo, tratan, además de mimar y alimentar sus cuentas corrientes y vitrinas, de defender con pasión esa camiseta azulgrana, por la que gente como mi amigo Jordi se emocionan cuando la ven ganar en el fútbol sala, hockey patines, basket, balonmano o fútbol.

Y ese es un valor, el de ser el club más grande del mundo (deportivo) que el Barça debería defender más y hacer bandera de ello.