Ziga zaga
No me chilles, que no te veo
La llegada de Quique Setién al Barça me ha recordado, a raíz de la falta de sintonía que ha aflorado entre las premisas del técnico y la ejecución de sus futbolistas, una olvidable película titulada en España ‘No me chilles, que no te veo’. En ella, los personajes que interpretaban Gene Wilder y Richard Pryor intentaban ayudarse mutuamente a resolver un asesinato, siendo uno sordo y el otro ciego.
Tan desconcertante como la película fue comprobar, tras la derrota en Valencia, que Setién no sabe si sus futbolistas no entienden sus órdenes o bien es que no se las explica correctamente. Y, en cualquier caso, es tremendo presenciar cómo el técnico pretende regresar a las que fueron, no hace tanto, las esencias del juego barcelonista como si lo estuviera intentando en el Getafe, ya que sus futbolistas no logran aplicarlas, como si la verticalización y pegada de los últimos años les hubieran desinstalado el programa.
O, peor aún, si no quieren porque entienden que su momento para exprimirse durante los 90 minutos ya pasó, o porque, como dijo Griezmann, el vestuario no pidió el cambio de entrenador y, en consecuencia, se inhibe.
Más allá de la capacidad didáctica de Setién, de la que no constaban dudas ni en Las Palmas ni en el Betis, es preocupante que los futbolistas no se sientan interpelados por el cambio en el banquillo, como si todo el mundo menos ellos entendiera que, caído Valverde, ya no les quedan paraguas -tampoco a la directiva- para justificar su irregularidad de los últimos meses.
Y, por lo que al técnico concierne, debe preguntarse si dispone del material humano para llevar a cabo exactamente lo que le dicta su ideario futbolístico. Si puede empecinarse en el 3-5-2 cuando Sergi Roberto no ha actuado nunca como central y cuando, a la inexperiencia propia de un chaval de 17 años como Ansu, se le añade la exigencia de ejercer como carrilero en un papel donde no acaba de saber si va o si viene.
Para el problema que le supone la ausencia de un delantero centro, una figura que ciertamente Setién utilizó en sus equipos anteriores, resulta inexplicable que el elegido -por lo menos hasta ayer- fuera Rodrigo, un delantero completísimo pero que ni tiene el hábito de jugar en el centro del ataque, ni es un goleador consumado.
Era previsible que parte del entorno tuviera poca paciencia con el nuevo entrenador, pero convendría que técnico, futbolistas y secretaría técnica aclaren ideas para que Can Barça no se convierta en un manicomio.
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