La casa de Leo

Leo Messi, en un momento del partido en el Parque de los Príncipes

Leo Messi, en un momento del partido en el Parque de los Príncipes / EFE

Emilio Pérez de Rozas

Emilio Pérez de Rozas

No hace mucho hablé largo y tendido con uno de los precandidatos a las elecciones de la presidencia del Barça. Y hablábamos de los distintos públicos, socios, abonados, seguidores y simpatizantes que tiene el Barça en Barcelona, Catalunya, España y el mundo entero. Comentábamos que eran evidentes los muy distintos pensamientos que cada uno de ellos hace, no solo sobre la persona a escoger, a votar, para que presida el club sino sobre cualquier otra reflexión que afecte a su querido Barça. Y coincidíamos, sobre todo a la hora de plantear la campaña, el discurso y la estrategia, que no tiene nada que ver los 400 millones de seguidores que, aseguran, tiene el Barça en el mundo entero (esos a los que Jaume Giró estaría encantado de vender un bono por cinco euros al año, darles un carné de simpatizante e ingresar 2.000 millones de euros por temporada) con los 50.000 que van a votar. 

Como tampoco tienen nada que ver esos tres millones de catalanes que jamás se van a dormir sin saber qué ha sido del Barça, qué resultado ha obtenido. Ninguno de ellos apaga la luz de su mesita de noche (no hablo si contento o sin cenar, no, no, simplemente que quieren saber qué ha hecho su Barça) sin saber el resultado del partido de su equipo. Tampoco esos tienen nada que ver con los 50.000 que votan, más representados por aquellos compromisarios que, cada año, se quejan en la asamblea anual de socios, “porque no hay papel de wáter en los lavabos del Camp Nou”. Es evidente que la reflexión sobre la vida cotidiana del Barça que pueden hacer sus millones de seguidores es perfectamente extensible a momentos concretos (y decisivos) de la vida del club. Por ejemplo, es cristalino que, ahora, son mayoría, sin duda, quienes quieren y desean que se quede (para siempre) Leo Messi, aunque también abundan, probablemente, que considere que, por lo que cobra, por lo que les ha dado, por sus años, podría ser un buen momento para que dejara el club y empezar de cero sin él. 

Ni que decir tiene que la decisión está en la mente (y en manos) de la estrella argentina. Porque es, sin duda, una reflexión muy, muy, muy personal. Y familiar. Pero, probablemente y por lo que cuenta su entorno, más vinculada a su esposa Antonela (y sus hijos, que ya lloraron y se quejaron de “por qué hemos de irnos y cambiar de colegio, papi”, cuando Leo envió en burofax) que a su padre, Jorge, o a sus asesores más próximos y estoy pensando en Pepe Costa, que, cuentan, que en los últimos días se le vuelve a ver más metido y animado en el día a día del vestuario que hace algunas semanas. Como dice José María Minguella, que de esto sabe un rato, Leo ha acumulado ya tanto dinero (claro que mantiene a un montón de familias), que, probablemente, lo que deje de ingresar por la ficha del Barça, lo podrá recuperar con sus patrocinadores personales. O, como dice más de un gestor futbolístico, incluso el grueso de su contrato se podría derivar, alargar, postergar hasta dentro de dos o tres años cuando, se supone, la economía de todos se habrá ligeramente recuperado. Es decir, ahora, te conformas con 25 (me invento el número) y, dentro de tres años, te daremos 50. 

Es la mente de Leo Messi (y Antonela, repito) la que debe decidir si quiere seguir sintiéndose cómodo, feliz, adorado y respetado en Barcelona y en Castelldefels, preparar con serenidad y buen ambiente su último asalto al Mundial, en Catar, mantenerse en la élite (eso, incluso el peor Barça, que ya pasó, lo garantiza) y, sobre todo, decidir si le apetece ser el profesor, el maestro, el padre, el tutor de la que muchos consideran es, ya, una generación de lujo, sobre la que se puede construir, en dos o tres años (habrá que tener paciencia, el único defecto del fútbol), los que le quedan a Messi de buen fútbol (y liderazgo). Estoy hablando, aunque Leo no los conozca a todos de Pedri, Ansu Fati, Riqui Puig, Ilaix, Mingueza, Iñaki Peña, Arnau Comas, Alejandro Balde, Jandro Orellana, Nico González, Álex Collado, Lucas de Vega, Konrad de la Fuente o juveniles como Ángel Alarcón, Pablo Páez ‘Gavi’, Ilias Akhomach o recuperados como Monchu y Eric Garcia. Suele contar mi buen amigo Miguel Rico que no hace mucho, la gente del Barça machacaba a Messi asegurándole (nadie sabe si por enésima vez y él no se lo creía) que iban a construir un Barça alrededor suyo y que fue el propio Leo quien les paró los pies (correctamente, claro; serenamente, por supuesto) con una sentencia escalofriante (cierta y sensata): “¡Pero cómo van a construir el futuro sobre un futbolista de 33 años, que pronto cumplirá los 34!”

Messi hizo esa observación pero, como escribía en el arranque de esta carta que compartimos ustedes y yo cada semana, es evidente que, incluso, los 400 millones de simpatizantes que tiene el Barça en el mundo piensa (aún) que a Leo Messi le queda mucha cuerda, sino como estilete, como máximo goleador culé, que lo sigue siendo, pese a los 33 años, como líder en asistencias, que lo sigue siendo, pese a los 33 años, o como catedrático de toda esa generación. De eso, nadie tiene duda. Otra cosa es que tenga ganas, ilusión y templanza para jugar ese papel, que, sin duda, sería una manera preciosa de acabar su carrera, la que empezó, con 13 años, en La Masia. Lo decían los carteles que había alrededor del estadio del PSG, el pasado miércoles: “Leo, mi casa es tu casa”.