Busquets estaba de parranda

Busquets, durante el partido ante el PSG

Busquets, durante el partido ante el PSG / VALENTÍ ENRICH

Ivan San Antonio

Ivan San Antonio

A Sergio Busquets, ese futbolista anónimo al que obligaron a crearse un perfil de Twitter y que no cuelga una imagen desde mayo de 2019, solo le interesa jugar a fútbol. El resto solo sirve para distraerse de lo verdaderamente importante. Da muy pocas entrevistas y aparece tras los partidos cuando no queda más remedio porque el único foco que calienta su ego es el que ilumina el césped. Se hace muy difícil imaginarle tomando café por la mañana y leyendo el SPORT. No se trata de una actitud pasota, sino consecuente con su forma de entender este deporte (lo más probable es que no llegue a perder ni un segundo con esta opinión).

Esa manera de vivir su profesión es la que le ha permitido atravesar un supuesto bache (futbolístico) que parecía anunciar el final de su carrera sin dar síntomas de debilidad. Pero el problema no era suyo, sino de quienes no tenemos ni idea de fútbol y diagnosticamos una enfermedad psicosomática... sufrida por nosotros mismos. Le dábamos por muerto y lo cierto es que estaba de parranda y a la espera de que alguien entendiera que no es lo mismo esta rodeado de Braithwaite, Griezmann y Junior Firpo que abrigado por Eto’o, Iniesta y Dani Alves. Koeman, para que dejara de pasar frío, le ha arropado con una manta confeccionada de tres centrales con la que mirarse al espejo y sentirse Brad Pitt en Malditos Bastardos. Su mirada vuelve a ser penetrante como sedosos son sus controles imposibles a los que, ahora, ya tiene con quien hacerlos útiles. Liberado de la carga que supone comandar solo el centro del campo del Barça, Busquets vive no una segunda juventud, sino la continuación de una primera solo pausada por el dogmatismo de la pizarra.