Nunca es buen día para que Messi descanse

Leo Messi en el banquillo durante la primera semifinal de la Supercopa de España de fútbol entre la Real Sociedad y el FC Barcelona que se disputa en el Nuevo Arcángel, en Córdoba

Leo Messi en el banquillo durante la primera semifinal de la Supercopa de España de fútbol entre la Real Sociedad y el FC Barcelona que se disputa en el Nuevo Arcángel, en Córdoba / VALENTÍ ENRICH - SPORT

Lluís Mascaró

Lluís Mascaró

Messi estaba en estado de gracia. Había recuperado su mejor versión. Con ilusión. Con compromiso. Con eficacia. El crack argentino volvía a ser feliz en el campo. Había experimentado su mágica conexión con Pedri. Y con su impulso habían resucitado Griezmann y, especialmente, Dembélé. Messi, como catalizador del juego del Barça, había redescubierto su poder de llevar al equipo hacia las victorias. Y, por supuesto, había recobrado su capacidad goleadora con cuatro tantos (dos dobletes) en dos partidos. La Supercopa de España significaba para él y para todo el Barça una posibilidad real de dar un impulso definitivo al nuevo proyecto de Koeman. Y, especialmente para Messi, necesitado de triunfos, la opción de conquistar el primer título después de un año y medio de larga sequía y tortuosa crisis. Sobre todo si este título podía ganarse al Madrid en la final. Por eso, no poder jugar contra la Real Sociedad le dejó anímicamente tocado. Las molestias físicas que arrastra desde el partido contra el Granada hicieron saltar las alarmas: tenía que parar. Y mejor hacerlo ahora que cuando la lesión fuera más grave. Aunque nunca hay un buen momento para que Messi no juegue. Como quedó demostrado, una vez más, este miércoles. Sus compañeros le echaron tanto de menos...

El Barça se clasificó para la final sufriendo. Mucho. demasiado. A pesar del golazo de De Jong, que adelantó a los blaugranas en el marcador, la Real supo sobreponerse y poner cerco a la meta de Ter Stegen, que se convirtió en el gran héroe del partido. Por sus extraordinarias intervenciones durante el encuentro y, sobre todo, por los dos penaltis que paró en la tanda decisiva. El portero alemán, una garantía bajo los palos, se vistió de Messi para ser el futbolista decisivo. Aunque para ganar la final se necesitará al auténtico Leo. Sin su magia, sin sus goles, será muy difícil levantar el título. Por no decir imposible.