¡Bendito seas, Rafa Nadal!

Nadal celebra la victoria junto al décimo trofeo de Roland Garros

Nadal celebra la victoria junto al décimo trofeo de Roland Garros / AFP

E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

A ún no existía aunque, quién sabe, tal vez ya le daba vueltas en su privilegiada cabeza a la idea. Quiero decir que aún no existía la inmensa Academy que ha construido Rafa Nadal, en su Manacor natal, para preparar a los futuros tenistas, muchos de ellos procedentes de países ricos y exóticos (no todo el mundo puede pagar las decenas de miles de euros que cuesta la matrícula anual).

Yo quedé con él para hacerle un reportaje. Nada original, vamos. Ni yo, ni él. Me citó a las ocho de la mañana en el club de tenis de su pueblo; es decir, en el club de tenis de Manacor. Y allí acudí, puntual, ¡faltaría más! Y él también llegó puntual, acompañado de Rafa Maymó, su preparador físico. Llegaron con un pequeño Suzuki todoterreno. Y allí me vieron, frente a la puerta cerrada, totalmente chapada, del tenis. Tapia incluida. Me saludaron los dos y, de pronto, vi como ambos tiraban, por encima de la pared, sus bolsas de deporte, incluidas las raquetas. No contentos con eso, se encaramaron a la pared y saltaron. Y, cuando estuvieron al otro lado del murito, me miraron retadoramente y me dijeron: “¿No piensas saltar?”. Y, sí, claro, no me quedó más remedio que saltar. ¡Quién dijo miedo, habiendo hospitales!, que decía Luis Moya, copiloto de Carlos Sainz.

Y se fueron a entrenar a una de las pistas, mientras yo esperaba que llegase Toni Nadal, su tío, para conversar con él, tomarme un café con leche y, sin duda, agradecerle la atención de haberme concedido la entrevista. Pasadas dos horas, vi que el entrenamiento, más o menos, se había acabado. Se movía Toni, se movía Maymó, pero no veía a Rafa.

Así que le pregunté a Toni y me dijo: “Ves a la pista, puede que todavía siga allí”. Y, sí, me acerqué a la pista, que estaba al lado de la terraza. Metí la cabeza, ni entré, ni le llamé, ni se me ocurrió importunarle. Y es que no estaba entrenándose, no, como todos sospechábamos ya había acabado la sesión. ¡Estaba pasando la redecilla por la pista!, dejándola perfecta. Él, Rafa Nadal, entonces ya poseedor de tres Roland Garros y uno de los mejores tenistas de la historia, ¡estaba pasando la redecilla!

Pregunté y un trabajador del club me dijo: “Lo hace siempre, cada día que viene a entrenarse, tras cada entrenamiento, pasa la redecilla él porque su tío Toni, le enseñó, de pequeño, que ha de dejar la pista como se la encontró al entrar, inmaculada. Y así lo hace. Como puede comprender, nosotros le decimos que nos lo dejé a nosotros, pero él se niega y lo hace encantado”.

Me escondí, cerré la puerta de reja sin decirle nada y me fui caminando, parsimoniosamente, hacia el bar del club, donde me esperaba Toni. En el camino pensé en algo que, luego, durante los años, Toni me ha confesado más de una vez: “Muy a menudo he pensado que he sido, que fui, que soy, tremendamente duro, severo, con mi sobrino, pero yo creo que es imprescindible forjar un carácter duro para poder ser campeón, el mejor campeón”.

Ese campeón, que ya lo era, ¡y de qué tamaño!, en esos años, ha vuelto a demostrar al mundo, a todos, a todos sus rivales, a todos los deportistas del mundo, que querer es poder y que nadie derrota al deseo, al sacrificio, a la perseverancia.