Se quedan sin Champions... pero recuperan la dignidad

Mbappé y Junior Firpo chocaron en una acción del partido

Mbappé y Junior Firpo chocaron en una acción del partido / Valentí Enrich

Lluís Mascaró

Lluís Mascaró

No hubo milagro. La remontada del Barça, a pesar de su extraordinario partido, no fue posible y el sueño de la Champions se esfumó otra vez. Ya son seis años consecutivos de decepciones y fracasos en la Copa de Europa. Un balance demoledor para un equipo que, teóricamente, aspira siempre a ser campeón. Demasiado tiempo con resultados ridículos e incluso humillantes (el 2-8 ante el Bayern del pasado verano fue el más doloroso) que cuestionan el valor real de la plantilla más cara del mundo. La degradación futbolística del Barça ha ido en paralelo a la degradación institucional y la crisis económica, bajo el nefasto mandato de Bartomeu. Del triplete del 2015 con Luis Enrique y el tridente Messi-Suárez-Neymar se ha pasado a la nada. Koeman ha empezado una reconstrucción que, tras la victoria electoral de Laporta, debe consolidarse en los próximos meses. La Copa y la Liga son objetivos reales. Dos hipotéticos títulos en una temporada de transición significaría un gran éxito para este nuevo proyecto que echó a andar con muchas dificultades. El KO en la Champions no debe truncar la ilusión por el futuro más inmediato. Al contrario, debe ser un acicate para afrontar el resto de campaña con un mayor entusiasmo. Al amparo de la ilusión que genera y transmite Laporta, el equipo puede seguir creciendo en confianza. Y en victorias.

El Barça quedó eliminado anoche en el Parque de los Príncipes, pero había firmado su certificado de defunción europeo en la ida. Remontar el 1-4 del Camp Nou era una misión imposible incluso para la mejor versión del equipo de Koeman. Un equipo que jugó para conseguir el milagro. Con intensidad. Con orgullo. Con una actitud impecable. El partido de ayer, el mejor de toda la temporada, sirvió, al menos, para limpiar la imagen blaugrana y recuperar la dignidad perdida con los últimos ridículos continentales. No hubo milagro, insisto, pero sí la convicción de que este Barça empieza a resucitar. En el palco y en el campo.