El Barça pone cordura en el caos

Luis Rubiales y Javier Tebas se reunieron por primera vez en junio

Luis Rubiales y Javier Tebas se reunieron por primera vez en junio / EFE

Toni Frieros

Toni Frieros

Presumimos, o presumen,  de tener la mejor Liga de fútbol del mundo. Los mejores clubs, los mejores equipos, los mejores futbolistas... ¿Sí? Me pregunto: ¿También tenemos a los mejores dirigentes? 

Si fuéramos meros espectadores y nos sentáramos en una silla para observar tranquilamente el comportamiento y las declaraciones de los dos máximos representantes directivos del fútbol español, es muy probable que pensáramos que en vez de estar en España y, efectivamente, de disfrutar de la mejor Liga del mundo,  nos encontramos, con todos los respetos del mundo, en algún país africano.

Decía el lunes Luis Rubiales, presidente de la Real Federación Española de Fútbol, que los clubs de nuestro país no se merecen a alguien como Javier Tebas, presidente de la Liga de Fútbol Profesional.  Más bien diría que el fútbol español, en su conjunto, no se merece el espectáculo que unos y otros vienen ofreciéndonos desde hace ya unos hace meses.

El protagonismo que, en general, están teniendo ambos, sonrojaría en Inglaterra, por poner solo un ejemplo, donde nadie conoce el nombre de los responsables de la FA (la Federación Inglesa de Fútbol) y cuyo presidente podría estar sentado a nuestro lado tomando un café y nadie, absolutamente nadie, sabría quién es. Que Rubiales y Tebas se lleven a matar, y se pongan mutuamente a caer de un burro, lo único que pone de manifiesto es el subido personalismo que impera a la hora de gobernar y dirigir dos instituciones que son primas hermanas y que están condenadas a entenderse.

Sí,  porque en el fondo, los dos defienden lo mismo: el crecimiento del fútbol. La RFEF necesita ingresos para mantener la excelencia de toda su estructura y sus federaciones territoriales, sobre las que descansa la salud del fútbol formativo. Y LaLiga, por su parte, crecer en competencias para que su marca crezca en todo el mundo y, como consecuencia de ello, aumenten los ingresos por derechos de televisión. Es decir, los unos y los otros quieren más dinero. Es lo lógico y exigible.

LaLiga cree que el negocio es suyo, porque aporta a los protagonistas de la industria: los futbolistas. Incluso piensa que la RFEF, extensible a FIFA y UEFA, hacen su agosto a costa de un producto que les sale gratis: los partidos internacionales. Y los  clubs están en medio, porque tienen que contentar a ambas partes. A la patronal y a la Federación.

El último enfrentamiento, cruento, desagradable y grave, lo hemos vivido con el ‘no’ partido de Liga entre Girona y Barça en Miami. LaLiga quiere crecer en marca en un mercado tan estratégico como es el americano. La RFEF se niega a dar su visto bueno, con el beneplácito de FIFA, cuando en agosto llevó la final de la Supercopa de España a Tánger por una cuestión crematística, sin importarle si perjudicaría a esos miles de socios y aficionados de Barça y Sevilla que no pudieron acudir a ver esa final por falta de medios económicos. No es lo mismo ir a Marruecos que a Valencia.

Y ahora resulta que trajimos a Madrid la final de la Copa Libertadores, perjudicando gravemente a River Plate, que perdió la ventaja de jugar el partido de vuelta ante su público. Ese detalle tampoco le importó a FIFA. Tampoco a la RFEF ni al Gobierno español. Era una oportunidad de oro de hacer marca Santiago Bernabéu y marca España. Eso sí, LaLiga no puede ir a jugar un partido a Miami  porque se adultera la competición según el Real Madrid... teniendo en cuenta que Barça y Girona están de acuerdo. Con un asterisco: el FC Barcelona jugaba gratis, renunciando a los beneficios económicos de esa iniciativa.

Ante la ‘andanada de hostias’ que se vienen dando mutuamente RFEF y LaLiga, el FC Barcelona, con buen criterio, ha explotado: “¡Hasta aquí hemos llegado!”. Es decir, les ha dicho algo así como “a nosotros dejarnos tranquilos y cuando os pongáis de acuerdo, ya nos llamaréis”. Unos y otros harían bien en recapacitar. El fútbol español no se merece este espectáculo.