Un Barça muy reconocible

Ernesto Valverde debutó con victoria

Ernesto Valverde debutó con victoria / AFP

E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

Enchufados. Que menos ¿no? Reconocibles. Vital ¿verdad? Con el ‘cruyffista’ 4-3-3. ¡Yupi!, dirán los sumos sacerdotes de la casa. Presión tras pérdida de balón. ¡Santo santorum! de la religión culé. Defendemos todos, desde Alcácer-Suárez a Cillessen-Ortolà, por cierto, gran pie el del chavalito. Como explicaba Cruyff y reimplantó Pep Guardiola, cuanto más cerca recuperemos el balón del área rival, más cerca estaremos del gol. Eso, con ‘Lucho’, se había dejado de hacer. Se vieron muchísimas más virtudes (se recuperaron, volvieron, reverdecieron) que ausencias, pecados, que defectos.

Yo, como soy el primer interesado (por amistad, por cariño, por devoción, por devolverle todo lo que me ha dado, que es mucho) en que triunfe Ernesto Valverde, podría escribir que todo lo visto es la mano del ‘Txingurri’. Pero ni soy tan idiota ni ustedes me lo consentirían por más que acudan, dos veces por semana, a buscarme en estas páginas. Pero algo sí hay de eso, porque todo esto lo vimos ya en el Athletic de Valverde. Incluso lo vimos cuando se enfrentó al Barça, a quien trataba de ganar con buena parte de sus mismas armas. La palabra que provoca ilusión y aparca el desencanto, el término que genera esperanza y hace olvidar la pobreza escénica del reciente pasado, es que el Barça fue muy reconocible frente a la Juve. Y eso es mucho. Porque al margen de dibujos y alineaciones, tuvo cosas, especialmente predisposición, maneras, esquemas, actitud, estrategia, movimientos, del mejor estilo del pasado.

Quiso siempre (incluso con más suplentes que titulares en el segundo periodo) tener el balón. Quiso organizarse y mandar desde la posesión. Quiso, incluso en la fase final del partido cuando la ‘Vecchia Signora’ sacó a sus almirantes, llevar la batuta e ‘il tempo’ del partido, lográndolo en la mayoría de los minutos. Y quiso mandar, no solo triangulando, sino tocando al primer toque, moviéndose mucho, ofreciéndose todos y, especialmente, jamás se desesperó, nunca dio un patadón (al menos ante la Juve) cosa que, lo siento, se había convertido en una fórmula (más que un recurso) en el último año de Luis Enrique. El equipo, fuese el que fuese e, incluso, ante la alineación blanquinegra que fuese, siempre quiso (y lo logró) salir con el balón en sus pies, en combinación.

Y hubo, además –sí ya sé que no debo hacerme ilusiones pues estamos a 24 de julio– detalles tan hermosos como ese porterito estupendo llamado Ortolà, ese prodigio llamado Aleñà que, sin la fama (bien ganada ¡ojito!) de Asensio o Isco, tiene unas maneras preciosas, hubo ese reverdecer de Denis Suárez, que teme perderse el Mundial si Ceballos sigue apretando de blanco, o ese Marlon, del que es fácil enamorarse por su sencillez y presencia.

¿Neymar? Bien. En su línea. Buscándose un nuevo contrato. Aquí o en París. Creí que, tras cualquiera de sus dos maravillosos goles (¡portentoso! el segundo, muy de Messi, muy poco de CR7), se besaría apasionadamente el escudo... pero, no, hizo de ‘Ney’. Solo una cosa más: si al final son los compañeros quienes le convencen de que se quede, es que todo ha sido un montaje, sería la demostración de que jamás tuvo ganas de irse y sí de mejorar su contrato. Lo siento. O no.