Barça y Espanyol, polos opuestos

Valverde saluda a Eusbio antes del partido en Girona

Valverde saluda a Eusbio antes del partido en Girona / Valentí Enrich

E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

Enero es un mes que le cuesta a todo el mundo. Y mucho. Los grandes equipos se plantean qué va a ser de ellos cuando la temporada empiece a decidir los títulos y, aunque todos quieren ganarlo todo, esa cuesta invernal les pasa factura o bien porque deciden superarla con todos sus jugadores o bien porque deciden priorizar determinadas opciones.

Una cosa está clara. Ninguno de los tres grandes, aunque muchos lo piensen (se pensó, por supuesto, del Barça cuando rotó en la ida de cuartos de la Copa ante el Sevilla cuando, pese a todo, presentó un buen equipo) y hasta se dijo eso de “les irá de maravilla para centrarse en la Champions, cuya final se juega en su precioso estadio” cuando el Atlético quedó eliminado, desperdician intencionadamente nada.

Lo cierto es que van pasando las semanas y todo el mundo lo quiere todo. Como debe ser cuando alguien tiene presupuestos que se acercan a los 1.000 millones de euros. Ahí está el Real Madrid que en cuenta ve llegar la primera eliminatoria seria de Champions (frente al Ajax) parece ponerse en forma casi sin quererlo. Perdón, perdón, deseándolo, por supuesto, aunque sea de la mano de un interino, Santiago Solari, que cada vez tiene más pinta de entrenador. O eso dicen en los alrededores de La Cibales.

Y ahí sigue el Atlético, a cinco puntos del Barça, después de haber hecho bastantes tonterías en el primer tercio de campeonato, pero siempre firme en sus convicciones de mezclar querer jugar, querer mandar, aburrir a ratos pero, sobre todo, impidiendo jugar al rival. Y, muchas veces, muchas, brillando de la mano de ese Griezmann que hizo soñar a los culés y, al final, le arrancó 23 millones de euros limpios por temporada a los colchoneros.

Pero mandando en la tabla, cierto, con un fútbol ahorrativo, está, desde el primer día (bueno, hubieron dos jornadas que cedió el mando), el Barça, que ayer trasladó su oficina a Girona y allí tuvo una jornada de trabajo más que discreta (ya con Messi y todos, sí, menos Dembélé, claro) en la que se dedicó, única y exclusivamente, a cumplir con su cometido: ganar y poco más. Perdón, y nada más.

Fue un triunfo, tres puntos, de oficio y un comportamiento de patio de colegio, casi, casi de recreo, en el que, encima, el árbitro les permitió jugar muchos minutos (demasiados) contra diez tras una expulsión, la verdad, que a mí me pareció más que rigurosa, excesiva, del todo punto innecesaria. Y vimos a un Barça que caminaba y poco más. Y a un Coutinho (perdón, siempre le toca al mismo) que tuvo un gol cantado y desafinó. Valverde, cómo no, lo elogió porque está convencido de que acabará sacando de él la misma dinamita y brillantes que arrancó de Dembélé cuando no todos lo querían en el once titular.

Lo dicho, LaLiga, que parecía iba a ser revolucionaría (lo recuerdan ¿no?), está a punto de doblar la cuesta de enero y ya tiene a los mismos aspirantes de siempre y al octavo del campeonato, el llamativo Betis de Quique Setién, que ayer volvió a perder (esta vez en San Mamés, donde el Athletic empieza a sacar la cabeza), a 20 puntos del líder, el Barça, sí.

Y solo unas últimas líneas para señalar que el Espanyol, que algún sábado por la noche llegó a rozar el liderato de LaLiga, está ya a cuatro puntos del descenso, tras haber ganado solo un partido de los últimos diez disputados. Da miedo, la verdad.