Opinión
El Barça, un equipo adolescente, bro
Después de la derrota con el PSG toca aprender, trabajar más, sacrificarse más, bajar la cabeza y ponerse un objetivo: llegar al nivel de los franceses

Hansi Flick: "Estamos trabajando para alcanzar el nivel del PSG" / Perform
Los padres sabemos muy bien que los adolescentes necesitan de vez en cuando un baño de realidad. Es ley de vida. Creen que lo saben todo, que el mundo gira a su alrededor, que son los más trending, los que lo petan, como si el planeta fuera su story de Insta. Se rebelan contra los padres, miran por encima del hombro, levantan la voz. Pero basta un resbalón para que todo se desmonte. Entonces aparece el momento clásico: “oye, papá, oye, mamá, ven que la he liado”. Con las notas, con el primer corazón roto, con ese coche que se queda tirado en medio de la autopista, con esa gestión burocrática en la que han quedado atrapados. Todos hemos estado ahí.
Al Barça, equipo adolescente por talento, potencial, estado colectivo y la edad de muchos jugadores clave, le pasó eso contra el PSG. Entró en Montjuïc con esa energía adolescente, confiado, sonriente, incluso chuleando, esa ruleta de Lamine Yamal. Gol a favor y la sensación de que la vida era un festival. Pero el PSG reaccionó como reaccionan los adultos cuando un chaval se les sube a la chepa: con contundencia. Empataron, remontaron y terminaron imponiendo su ley. El Barça acabó perdido, pidiendo explicaciones, buscando a papá —Hansi Flick— para que le explicara qué les había sucedido. Y de beef con Achraf Hakimi.
Equipo en plenitud
La respuesta es simple. El PSG es un equipo completo: tácticamente muy bien trabajado, físicamente fuerte, mentalmente hecho. Un campeón en plenitud. El Barça, en cambio, todavía no. El Barça es un adolescente al que, a veces, se le va la fuerza por las stories.
Ser un equipo adolescente significa tener un potencial descomunal, una fe ciega en uno mismo y la capacidad de hacer grandes cosas. De hecho, ya las ha hecho: los tres títulos de la temporada pasada no cayeron del cielo. Pero falta madurar. Falta tiempo, cicatrices, experiencia. Falta aprender a convivir en el mundo de los adultos, donde no hay lugar para las poses ni los despistes. Donde se pega cuando hay que pegar y solo se baila cuando el árbitro pita el final.
El problema es que el Barça ha arrancado el curso con algunos tics de su edad que son inquietantes. Demasiado pendiente de la foto en el espejo del baño. Selfies en Instagram, posturitas, “bro, somos top, estamos chetados, easy win”. Mucho hype, mucho “nos gustamos”, y a veces, ay, poca sustancia. Y en Champions no hay filtros ni stories: hay músculo, táctica, inteligencia competitiva. La foto engaña, el resultado no.
Toca aprender. Correr mejor, sacrificarse más, bajar la cabeza y dejar de pensar en los likes. Y ponerse un objetivo: llegar al nivel del PSG. No se trata de gustarse, se trata de competir. El talento está. El hambre también. Ahora falta convertirlo en madurez. Porque un adolescente con talento y hambre, si aprende, siempre acaba superando al adulto que hoy parece inalcanzable.
La derrota contra el PSG escuece. Normal. Pero puede ser una lección valiosa. Esto no va de cómo empiezas, sino de cómo acabas. El Barça aún está en construcción, pero tiene algo que los adultos ya no recuperan: futuro. Y los adolescentes con futuro, cuando se cansan de las poses y se ponen serios, acaban conquistando el mundo. Es otra ley de vida.
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