El Barça desespera y Del Cerro Grande indigna

Koeman dirigió al equipo en el Nuevo Mirandilla

Koeman dirigió al equipo en el Nuevo Mirandilla / AFP

Lluís Mascaró

Lluís Mascaró

El Barça sigue hundido en la mediocridad. No logró pasar del empate ante el Cádiz y ni siquiera la lamentable actuación del árbitro Del Cerro Grande puede justificar la nueva decepción blaugrana. Una derrota hubiera significado la destitución inmediata de Koeman, pero el punto conseguido y la indignación por la injusta expulsión de Frenkie De Jong pueden alargar la agonía del técnico holandés (que también fue expulsado en el último segundo) un partido más. El Levante dictará sentencia...

Koeman había pedido el día antes del partido, leyendo un comunicado que sustituyó a la rueda de prensa, un apoyo incondicional “con palabras y hechos” de la junta directiva al nuevo proyecto que está intentando construir. El entrenador insistió en que se necesita paciencia y, sobre todo, conciencia de la realidad: esta plantilla no da para ganar títulos. De hecho, el técnico rebajó mucho las expectativas en la Liga (lograr una clasificación digna) y certificó que la Champions sería un milagro. La hoja de ruta de Koeman está muy clara: competir hasta donde se pueda y como se pueda. Objetivos pobres que, lógicamente, no comparte Laporta, que le exige, desde hace semanas, victorias y buen juego.

Pero la realidad es tozuda. Y el Barça volvió a demostrar en Cádiz que está muy lejos de ser un equipo con aspiraciones. Con poco talento, sin desequilibrio y sin gol, la primera parte en el Nuevo Mirandilla fue, simplemente, soporífera. Solo un disparo a portería, inocente, y ninguna sensación de peligro. La imagen era la misma de los últimos partidos: impotencia ofensiva y desesperación absoluta. Con el joven debutante Gavi única nota positiva. El equipo ofreció atisbos de mejora en el inicio de la segunda mitad. Los blaugranas se activaron y mostraron más intensidad. Hasta Memphis tuvo una clara oportunidad. Sin embargo, la injusta expulsión de De Jong rompió la reacción. Y el partido se transformó en un loco correcalles que pudo terminar con victoria o derrota, pero que acabó en empate.

Un empate que no sirve para nada. Que no arregla nada. Que no permite tomar ninguna decisión drástica. Había que ganar. Y no se podía perder. Se logró, posiblemente, el peor resultado posible. La agonía continúa...