Por fin, Argentina adora a Messi

Leo Messi liderará de nuevo a Argentina ante Colombia

Leo Messi liderará de nuevo a Argentina ante Colombia / AFP

Emilio Pérez de Rozas

Emilio Pérez de Rozas

Corría marzo del 2019. Me acuerdo perfectamente y eso que soy un desmemoriado de narices, incluso de todo lo que escribo (así me va ¿verdad?). Digo que me acuerdo, porque escribí sobre ello y, ya verán, ya, como en la misma dirección que hace más de dos años.

Leo Messi, que arrastraba una pubalgia que no conseguía sacarse de encima, se fue con Argentina a jugar un amistoso a Madrid (perdieron ante Venezuela) y, a continuación, el seleccionador, que ya era Lionel Scaloni, le permitió volver a Barcelona a descansar, a recuperarse, en lugar de jugar contra Marruecos el segundo amistoso.

Bueno, ¡la que se lió en Argentina! Le llamaron, le dijeron, de todo. Ya hacía tiempo que le decían que imponía a sus amigos en la selección, que era un ‘pecho frío’…le hicieron, dicen, tanto daño que Leo Messi apareció en la radio ‘Club 947 FM’, ‘Club Octubre’ le llaman, para tratar de explicarse y, sobre todo, para intentar convencer ¡a los argentinos!, a su gente, que él jamás se borró de jugar con la albiceleste.

“Se hizo normal, como una costumbre, mentir, pegarme, decir cosas sobre mí, darme siempre que voy a la selección, darme cuando no estoy, continuamente. Y la verdad es que me da un poco de bronca. Esta vez vine hasta lesionado, y también me dieron”, fue la entrada de ‘La Pulga’ en aquel programa. Pero hubo más, ¡claro que hubo más!

“Yo quiero ganar algo con la selección. Lo voy a seguir intentando. Quiero volver y quiero estar. Voy a jugar todas las competiciones importantes. Por eso decidí volver a la selección”, señaló entonces el mejor jugador del mundo, despreciado por parte, sí, por parte de la hinchada albiceleste, por parte de esa gente que jamás, jamás, le vio vivir en Argentina, porque siempre estuvo protegido, amado, idolatrado, en Barcelona, donde solo tuvo que demostrar su talento, de niño, para convertirse en ‘D10S’ (y aún dura). Y Messi siguió expresándose con mucho dolor en aquella entrevista.

"Fui yo quien decidió volver a la selección para ganar cosas importantes. Y tuve mucha gente en contra, sí. Había muchísima gente que me decía ‘No volvás más’ ‘¿Para qué tenés que volver?’ ‘¿Para qué te maten, para sufrir?’ Miren, mi hijo de seis años, que entiende, me decía: ‘¿Por qué te matan en Argentina, papi?’ ‘¿Por qué vas a jugar con Argentina?’".

Argentina, que es pura locura por y con el fútbol, ha vuelto a santificar a Leo Messi. Se diría que sabedores los ‘pibes’, la hinchada, sus fans, que Messi ya no pertenece al Barça, ya no pertenece a nadie, es libre, no tiene dueño, han decidido, esta vez sí, apropiárselo al menos hasta que les gane algo grande. Por ejemplo, esta Copa América, cuya final disputará, por cuarta vez, después de perder las tres anteriores ante Brasil (3-0, en el 2007) y Chile (por penalties tras dos 0-0, en 2015 y 2016).

Ya no es ‘pecho frío’, ya no son sus amigos los que visten de albiceleste y, si lo son, son estupendos, magníficos. Han llegado a la final y, sí, aunque eso provoque ahora (ahora más que nunca, pues Leo ya no es del Barça) más envidia que nunca en la ‘gent blaugrana’, lo cierto es que el Messi que vimos ayer en la tanda de penaltis frente a Colombia, fue un Leo totalmente desconocido para nosotros, para los catalanes, para los culés, para los socios y abonados del Barça, para sus seguidores.

Nunca, jamás (bueno, tal vez en determinados goles, en momento puntuales, por ejemplo en la foto icónica de mi amigo Santiago Garcés, encaramado al gol), vimos un Messi tan fuera de sí, pero tan íntimo, tan loco, tan seguidor, tan líder, tan cómplice, con tantas ganas de bronca, de celebrar, de pasar a la historia, aunque la final solo es histórica si se gana.

En esa tanda de penaltis frente a Colombia, Messi fue el jefe de la tribu, fue el cómplice de su portero portentoso Emiliano Martínez, fue el tipo que se encaró a los colombianos para desequilibrarlos y hasta sugerirles que bailasen después de fallar el penalti como hizo con su excompañero azulgrana Yerry Mina.

Ese Messi era un volcán de ganas, de ilusión, de fe, de necesidad. Ese Messi sigue jugando sin contrato, sin red, sin protección. Y le da igual. Él, aunque en aquel marzo del 2019, ningún argentino, o pocos, muy pocos, creyesen en él, tuviesen fe, le respaldasen, seguía soñando, aunque el pequeño Thiago le pidiese que no saliese de casa, que no se fuese a jugar con Argentina, que un día, por ejemplo, este sábado, lograría algo grande para la nación que no le pudo pagar las inyecciones del crecimiento que sí hizo el Barça.

Ustedes lo saben, yo soy el primero que considera que el fútbol es el deporte más injusto que existe. ¡Idiota de mí, ese es el truco, la gracia, la incertidumbre, de ahí surge la pasión que genera el balompié! Si el fútbol fuese justo, Leo Messi ya tendría esos títulos que no cesa de perseguir, una y otra vez, con su amada Argentina, la misma que, pese a llevar 21 años en Barcelona, mantiene vivo en su cerebro con ese “¡bailá ahora, bailá ahora!” tan argentino que le dedicó a Mina.