La ‘anomalía’ Gerard Piqué

Piqué

Piqué / Piqué está de vacaciones

Marc Menchén

Marc Menchén

Gerard Piqué es una anomalía en la industria del fútbol. Una anomalía que no debería ser tal y que haría muy bien al deporte si dejara de serlo y perfiles como el suyo fueran más frecuentes. No me refiero a su voluntad por meterse en todos los charcos y cómo ha marcado sus propias reglas comunicativas, sino a su voluntad por ser parte activa de la transformación del deporte como negocio.

Los atletas son quienes mejor conocen los entresijos del sistema y su valor en el postcarrera es muy valioso. Eso sí, previa formación y asumiendo qué se puede hacer y qué no en cada momento. Probablemente, y tan solo por evitar la polémica y las suspicacias, intervenir en las negociaciones de la Supercopa de España en Arabia Saudí no era buena idea. Y ya he dicho que no hay nada ilegal, sino un tema puramente ético y estético.

Si bien hay que pedir a estos atletas que sepan abstenerse de oportunidades de negocio cuando haya el mínimo atisbo de riesgo reputacional, creo que es injusto exigirles que se abstengan de poner en marcha sus propios negocios mientras son deportistas en activo. ¿Por qué deberíamos pedir a Rafa Nadal que espere a ejecutar una inversión de 40 millones de euros como la que ha realizado para crear un gran complejo tenístico en Manacor? ¿Quién puede cuestionar a LeBron James por haber construido un imperio mediático que ha sido valorado en 725 millones de dólares?

Ferran Prieto, managing partner de Everest Talent Management y CEO de Pau Gasol Enterprises, me recordaba hace unas semanas que en Europa esta tendencia del atleta-inversor no está tan desarrollada como en Estados Unidos, donde ha sido mucho más frecuente que combinen su carrera en activo con las inversiones, principalmente en tecnológicas -muchas aplicadas al alto rendimiento-, pero también entrando como socios minoritarios de franquicias en otros deportes.

Sin ir más lejos, Serena Williams y Lewis Hamilton forman parte de unos de los grupos inversores que pujan por comprar el Chelsea FC a Roman Abramovich. Y ambos lo hacen no como apuesta financiera, sino con la vocación de involucrarse en la gestión e impactar allí donde creen que el deporte puede trascender a los resultados deportivos y económicos: la transformación de la sociedad.

Quizás ese sea el perfil que más me seduce del atleta-empresario. Y miro con envidia estructuras como la del Bayern de Múnich, donde conviven exfutbolistas formados con ejecutivos de alto nivel para preservar un modelo de club y tener el largo plazo siempre en mente.