Anda que si lo dice Messi

Cristiano Ronaldo celebró su quinta Champions

Cristiano Ronaldo celebró su quinta Champions / AFP

E. Pérez de Rozas

E. Pérez de Rozas

Sobre la final de la Champions solo quiero escribir tres cosas. O cuatro, vale, sí, cuatro. La primera es que cuando uno llega a la final como llegó el Real Madrid, es decir, haciendo una temporada desastrosa en los campeonatos domésticos y aupado a lomos de árbitros como el italiano Gianluca Rocchi (PSG), el inglés Miochael Oliver (Juventus) y el turco Cuneyt Çakir (Bayern de Munich), lo normal es que gane la final porque siempre aparecerá otro ayudante externo, por ejemplo el portero sin manos, llamado Loris Karius, que le seguirá regalando goles. Lo segundo es que sin ser lo atrevido que eran los diarios de El Cario de ayer, que llamaban “carnicero” a Sergio Ramos por haberse quitado de encima (y nunca mejor dicho) al marroquí Mohamed Salah, uno de los pocos futbolistas auténticos que tenía el Liverpool, lo cierto es que la acción del capitán blanco me pareció innecesaria y algo sospechosa, la verdad.

Tercero. Este 3-1, la manera en que se desarrolló el juego, las incidencias que hubieron, demuestran que el fútbol es el único deporte en el que pueden ocurrir esas cosas. En ningún otro deporte, en ninguna otra final, pueden darse, ni a la vez ni en una sola tacada, todas o una sola de las incidencias que hicieron de esa final un espectáculo muy pobre y un show digno de un film de memes. Aún y con todo, sigo de pie aplaudiendo la gesta del Real Madrid (tres Champions seguidas) y el golazo de Bale.

Y ese golazo, esa chilena prodigiosa, me da pie al cuarto y último punto: No conozco, lo juro, ningún deportista de élite tan desgraciado, tan desafortunado, tan pobre (que solo tiene dinero), tan miserable, tan desdichado, tan egocéntrico (y eso que Sergio Ramos dijo en la COPE dos días antes de la final de Kiev que “los egos han desaparecido de nuestro vestuario”) como ese delantero llamado Cristiano Ronaldo, que aprovechó el día más feliz de la historia del Real Madrid (o, sin duda, uno de ellos) para chafarle la fiesta a todo el mundo, empezando por el presidente Florentino Pérez y acabando por el último niño, hincha, aficionado, socio, por ejemplo, su nieto que también se llama Florentino Pérez, que estuvo en Kiev.

Ni los encargados de pararle todos los golpes al Real Madrid, que los hay por toneladas en la capital del reino. Ni los más grandes defensores de CR7, que aún debe haberlos, por supuesto, fueron capaces de decir que la protesta, la amenaza, la deslealtad, la vileza, sus amenazas fueron poca cosa. No, todo el mundo considera que lo que en la noche del sábado hizo Cristiano fue una auténtica venganza por el hecho de que Florentino, el ‘ser superior’ blanco, no quiere ayudarle, con una mejora de su contrato, a pagar los 30 millones de euros que acabará teniendo que pagar a Hacienda.

Su lamentable partido, salir sin marcar y que la chilena de Bale acabase eclipsando su volea de Turín, le sacó de sus casillas y le catapultó, televisiones por medio, a la mayor bajeza del ser humano. Si eso lo hace Leo Messi se acaban los telediarios, las ediciones de los diarios de la capital y las madrugadas radiofónicas se eternizan. Pero no, Messi no es así. Ni ninguno.