Alves y la batalla contra el tiempo

Dani Alves, durante los Juegos Olímpicos de Tokio

Dani Alves, durante los Juegos Olímpicos de Tokio / AFP

Rubén Uría

Rubén Uría

Al talento no se le debe mirar el DNI. Tampoco al carácter. Y mucho menos, al liderazgo. Dani Alves va camino de los 39 años y aunque su fichaje, realmente sorprendente, es toda una incógnita a nivel de rendimiento, su listón de exigencia no lo marcará su edad, sino la capacidad para superarse, para volver a sentirse útil y para motivarse para un desafío brutal, inculcar gen ganador en una plantilla que sufre la peor enfermedad que puede tener un equipo grande: acostumbrarse a no ganar.

Cuando Alves fichó por el Barcelona para convertirse en el mejor lateral derecho de la historia del club, Gavi apenas empezaba a hablar, Ansu tenía cinco años y Pedri no había cumplido los seis. Ahora serán compañeros de vestuario. Alves pertenece al selecto club de los mitos que se mantienen en la elite, impulsados por el fuego interior que les permite levantar título tras título. Dicen que a los boxeadores veteranos siempre les quedan un par de buenos combates en el sótano. Y Dani, como los púgiles que se resisten a tirar la toalla, está convencido de que, incluso habiendo jugado sus 100 mejores partidos como futbolista, puede conseguir que un buen entrenador le exprima las últimas gotas de su fútbol.

Alves, más allá de su jerarquía sobre el campo y de su carisma fuera de él, llega para reforzar, desde su experiencia, el discurso que necesita recuperar este Barcelona. Autoexigencia, espíritu inconformista y mentalidad ganadora. Carácter. Eso no se compra con dinero, ni se cultiva en La Masia. Alves lo tiene. Tiene su miga que el Barcelona, que ha sufrido un agujero negro en el lateral desde la marcha de Alves, haya cubierto ese enorme vacío contratando al propio Alves, cinco años más tarde. Douglas, Aleix Vidal, Semedo, Sergi Roberto, Wagué, Emerson, Mingueza o Sergiño Dest, por unos motivos u otros, nunca pudieron llenar la alargada sombra que dejó Alves en el club, en el vestuario y por supuesto, en el graderío.

Entre los socios hay dos posturas opuestas. Unos se hacen cruces pensando en qué está pensando el club fichando a un futbolista de 38 años, apelando al orgullo de haber sido y al dolor de ya no ser. Otros entienden que el equipo ha tocado fondo y hasta festejan el regreso de un tipo querido al que perdonarán que ya ni se acerque al futbolista que fue, porque entienden que llega para aportar experiencia y gen ganador. Alves se sigue resistiendo a perder el único partido que ningún futbolista puede ganar: la batalla contra el tiempo. Hay quien cree que el motor diesel de Alves está acabado. Puede ser, pero no existe una gasolina extra tan poderosa para un futbolista como poder demostrar al mundo que él estaba en lo cierto y el resto del mundo, equivocado.