Teresa Perales: "Si me caigo al suelo, pégate una buena carcajada"

Teresa Perales sueña con conocer a Phelps

Teresa Perales sueña con conocer a Phelps / FUNDACIÓN TELEFÓNICA

Dídac Peyret

Dídac Peyret

Con 19 años una neuropatía la dejó sin movilidad de la cintura a los pies y cambió el karate por la natación. Ahora, con 43 años, lleva ya más años en una silla de ruedas que de pie, pero lo tiene muy claro: no cambiaría nada de lo vivido. 

El 21 y el 22 de octubre se celebra en Barcelona el I Congreso sobre el Derecho a la Autonomia Personal y Teresa Perales será una de las ponentes.

Durante las celebraciones de la Recopa que gana el Zaragoza te das cuenta de que algo no va bien, “me molestan los pies, me duele todo”, pensaste; ¿cómo lo recuerdas 24 años después?

Pues fíjate que lo recuerdo más con cierto cariño que como algo dramático.  Aunque fue un momento muy difícil, porque dejé de caminar como lo hacía antes y empezó algo que no pensaba que iba a llegar a tanto. Pero me puede más la parte positiva de decir: ¡Joder! Qué bien me lo pasé aquel día que otra cosa.

¡El mítico gol de Nayim!

Sí, increíble [sonríe]. Vimos el partido en casa con mi madre, mi hermana y unos amigos. Fue una época muy buena. Y luego, además, también he llegado a conocer en persona  a Nayim. Él sabe mi historia, porque habíamos hablado por teléfono,  y el año pasado nos conocimos en persona en un evento de Aragón Televisión. Fue muy chulo y ese abrazo cómplice que tuvimos me lo quedo para mí.

Supongo que lo más difícil cuando pierdes la movilidad de un día para otro es no perder la cabeza, ¿has tenido ayuda de profesionales?

No. Es un camino que he hecho sola. Supongo que tengo la cabeza bien amueblada. Relativizo todo mucho y trato de desdramatizar las cosas. ¿Sabes qué pasa? Que cuando en la vida te pasa alguna cosa muy grave lo demás deja de ser tan importante. Lo verdaderamente grave es lo que no tiene solución. Y eso solamente es la muerte. Yo tenía 15 años cuando murió mi padre y eso es lo que más me marcó.  Después de aquello, lo que me pasó  fue algo menor. Al final, caminar sigo caminando, aunque sea de otra forma.

¿Nunca pensaste por qué a mí?  

Que lo cuente así  no significa que no hubiera su drama, que no tuviera esos días de por qué otra vez a mí; todo ese proceso, primero de rechazo, de no comprenderlo, todo eso lo pasé. Y luego el siguiente paso es, sigo adelante con mi vida. Casi sin darme cuenta. Fue algo progresivo. Hasta que un día me levanté y dejé de pensar en si movía los pies o las piernas o  si me  levantaba sola de la cama o con ayuda. Pensé: Ya está a seguir adelante.  

¿Ya no te imaginas como sería tu vida si pudieras andar?

No. Eso no. Pero un estúpido escalón me revienta. Porque a veces no hay ninguna razón para que esté ahí. Yo tengo la norma de que, salvo que sea algo me guste muchísimo, cuando voy a un establecimiento que tiene uno, no entro. Aunque me puedan ayudar a entrar, no lo hago. Porque no me gusta. Es un poco como por moral. Aquí podría haber una rampa o no haber nada. Cuando me enfrento a eso me jode. 

Cuando te ocurre una neuropatía supongo que o  te aferras a la opción de volver a andar o te hundes; ¿cuál fue tu primer impulso?

Pues la verdad es que un poco de todo. Primero me salió lo de yo en tres días estoy bien. Lo de pensar que se acaba el mundo no tanto. Y luego con tiempo me puse a pensar  qué podía hacer con lo que  me había pasado. Y ahí entró el deporte porque antes ya había sido karateca y luego me convertí en nadadora. Hacer deporte me dio la sensación de libertad que necesitaba y de compartir cosas con gente que estaba pasando por lo mismo.

¿En qué sueñas más en una piscina o en volver a andar?

En lo de andar ya no. Alguna vez, pero hace muchísimo tiempo.  Cuando me pasaba me despertaba supercansada y me quedaba plegaba  [risas]. Ahora suelo soñar más o que nado o que vuelo.

¿Que vuelas en un avión?

No, no, a lo pájaro. Casi casi como Superman [risas].  Ya lo decía Frida Kahlo, que tenía una enfermedad y caminaba con aparatos: ‘Para qué quiero pies si puedo volar’. Es un poco eso de que con la mente puedo llegar a cualquier parte. 

Después de tantos años como es tu relación con la silla de ruedas….

Nos llevamos bien. La veo como una amiga, aunque no le he puesto un nombre. Soy demasiada básica para eso [sonríe]. Somos como inseparables, aunque a veces la he tenido que dejar porque no podía llegar a un sitio con ella. Entonces bajo y voy a culo. A culo es lagartija boca arriba, ¿sabes? [risas]. En México quería subir una pirámide y subí a culo dos mil y pico escalones. Fue todo un reto. 

Escuchándote da la sensación de que te resulta saludable hacer humor de tu discapacidad...

A mí me encanta el humor; que la gente se ría con  cariño,  con respeto y sobre todo conmigo. ¡Por supuesto que sí! Si me caigo al suelo pégate una buena carcajada… si no me he hecho mucho daño [risas]. Creo que perdemos el tiempo en demasiadas estupideces.

¿La piscina qué significa ahora para ti?

La libertad. Poder manejar mi cuerpo cómo me da la gana. Poder hacer todos esos movimientos por mí misma sin necesitar nada externo. Y por otro lado poder estar a la misma altura de los demás. Pero por una cuestión física, ¿eh? De dolor de cuello. Cuando estoy en la silla todo el mundo está de pie, así que tengo que mirar hacia arriba y ya tengo tres hernias.  

Estarás en los Juegos de Tokio 2020, ¿qué es lo que más ilusión te hace? 

Pues varias cosas.  La primera, que por mis narices sigo aquí con 43 años. Otra cosa, volver a escuchar a mi hijo decirme que soy una campeona. Eso también me hace ilusión.  Y luego seguir haciendo un poquito de historia porque me quedan dos medallas para igualar a Phelps. Y jolines es un reto muy chulo.

¿Lo has llegado a conocer?

Hemos coincidido en la misma jornada y en la misma piscina, aunque no he llegado a conocerle. Pero me encantaría para poder decirle: ‘Mira, ¿sabes lo que pasó en Londres, que en los tuits te nombraban mucho con el nombre de otra chica? Pues, mira, Michael, la de las 26 medallas soy yo’.