Historia SPORT

Historia SPORT

Sócrates: Doctor, bohemio y jugador por divertimento

Con su 1,92 y su 37 de pie, el paraense se doctoró en medicina mientras se forjaba una identidad única en el fútbol brasileño

Impulsó la ‘Democracia Corinthiana’ en el club en tiempos de la dictadura en Brasil; fue un líder social, rompió todos los moldes y creía que el fútbol consistía en atacar

Sócrates, en una imagen preciosa del Mundial de España'82

Sócrates, en una imagen preciosa del Mundial de España'82 / Getty Images

Sergi Capdevila

Sergi Capdevila

Queda tan lejos la idea utópica de que en el fútbol, sea en el estamento que sea, tiene que primar el divertimento por encima del negocio que ahondar en el recuerdo de Sócrates Brasileiro Sampaio (y sigue) es como viajar a una época inimaginable. 

Tiene el honor de ser uno de los pocos futbolistas de la historia recordados quizás con la misma intensidad por su talento y calidad en el campo que por la huella que dejaron fuera de él. Con nombre de filósofo por la devoción de su padre por esa rama de la ciencia, con su 1,92 de altura y su 37 de pie, reunía unas condiciones especiales. En el colegio de maristas donde se crio en su Belém natal empezó a desarrollar una habilidad especial con el balón. En un país que respiraba fútbol por los cuatro costados y que estaba a las puertas de admirar y saborear al mayor talento de su historia: Pelé. 

Sócrates creció en una dictadura que silenciaba cualquier juicio de valor. Cuando aterrizó en Corinthians creó la conocida como ‘Democracia Corinthiana’. Todo tenía que decidirse por votación. Hasta el sistema de juego. El doctor en medicina (licenciado en 1977) lideró la época dorada del ‘Timao’. Bicampeón paulista y practicando un juego que enamoraba. La antesala del ‘jogo bonito’ con el que se bautizaría a la ‘canarinha’ en el Mundial de México’86.

NO SE ADAPTÓ A EUROPA

Sócrates era un futbolista elegante, que siempre conducía el balón con la cabeza levantada. Espigado y con una gran llegada al área, ‘defendía’ el arte de atacar. Entendía el juego de una única manera. No creía que fuera necesario correr para defender. Él jugaba para divertirse. De hecho, en su única experiencia en Europa, en la Fiorentina, apenas duró un año. Nunca llegó a adaptarse a la forma de entender el juego allí, donde primaba el negocio. No ganó ningún Mundial, pero pasó a la historia como uno de los futbolistas brasileños más influyentes de siempre. Murió a los 57 años por su adicción al alcohol.