Haro: "Los pilotos no temen al riesgo porque han crecido con él”

El Mundial de motociclismo despidió, el pasado domingo, en Cheste (Valencia), a una de las personas que más sabe de pilotos del 'paddock', el director deportivo del equipo LCR

"Nuestro 'paddock' está repleto de pilotos frustrados, que acabaron siendo ingenieros, técnicos o mecánicos. Yo tuve claro desde niño que quería ayudar al piloto. No valía para correr"

Óscar Haro, con su hija en Cheste

Óscar Haro, con su hija en Cheste / ALEJANDRO CERESUELA

Emilio Pérez de Rozas

Emilio Pérez de Rozas

No hay nadie, nadie, en el ‘paddock’ del Mundial de motociclismo y, mucho menos, en MotoGP, que conozca más y mejor a los pilotos que Óscar Haro, el Director Deportivo del equipo de Lucio Cecchinello (Honda oficial), que este fin de semana, en el test de Jerez, cerrará 32 años de historia entre los ‘reyes’.

Haro, que empezó en esto de las carreras cuando tenía cinco años y acompañaba a las carreras al piloto Ángel Vargas, sentado en el sillín de su moto en el remolque porque no cabía en otro sitio, se va después de haber ayudado y enseñado a ocenas de pilotos. Se va porque acaba de ser padre y quiere disfrutar de su hija. Y se va porque quiere dedicarse a ayudar a los niños que quieren ser campeones. Y se va con lágrimas en los ojos.

Usted es un ser excepcional en el mundo de las motos, pues usted nunca quiso ser piloto.

En efecto, yo, desde el primer día que me di cuenta de que no tenía madera de piloto, aunque iba rápido, sí, pero no para ganar, decidí que quería consagrar mi vida a estar junto a ellos, a ayudarles, a ser lo que ahora se llama su asistente. Además, mi familia era pobre, muy humilde, y tampoco me hubiesen podido ayudar.

Hay pilotos que le consideran como de su familia.

Yo tengo un vínculo muy especial con los pilotos. Hay quien dice que hasta demasiado. Vale, sí, lo acepto. Es mi forma de ser, mi personalidad, y ellos se sienten cómodos conmigo. Yo, repito, no soy un piloto frustrado como son decenas y decenas de ingenieros, técnicos y mecánicos que hay en el ‘paddock’: yo soy lo que quería ser, su hombre de confianza. Y ellos lo saben. Y ellos lo notan.

Todo empezó…

Todo empezó cuando Lucio (Cecchinello, expiloto y dueño del equipo LCR de MotoGP) me contrató como mecánico y enseguida me vio con ese don de gentes y me dijo que le ayudase con los pilotos. Y, a partir de ahí, mi trabajo siempre ha estado vinculado al día a día de los pilotos, cuidarlos, estar encima de ellos, que no les falte nada, controlar su agenda, los eventos que tienen, si sufren accidentes estar con ellos…

¿Cómo son los pilotos?

El piloto clásico, el piloto base, el más común de todos, es un chaval egoísta, porque para ser campeón debes ser egoísta, egocéntrico y, eso sí, tremendamente competitivo. Yo he conocido cantidad de chavales, de pilotos, con un talento descomunal, que no han llegado a nada por ser solo, eso, buenísimos. Aquí, al final, tienes que sacar a un tío de la pista, le tienes que quitar el sitio en el mejor equipo. Es un deporte que eres tú contra todos. Este no es un deporte de equipo, no, esto no es fútbol ni baloncesto. Aquí sales a la pista y te la juegas tú solito contra los demás.

Me ha dicho que, a veces, los mataría.

Pues si, son muy buena gente, aunque, a veces, los matarías pero, como los he visto llegar a todos, los quiero a todos. Cuando llegué, los héroes eran otros, los que había, y ahora son ellos. Recuerdo como si fuese hoy cuando Dani (Pedrosa) llegó de la Movistar Cup y era pequeñísimo y su padre me pidió que le echase una mano “porque, Óscar, tío, es muy pequeñito, no sabe idiomas y está un poco perdido”. Y eso me daba una satisfacción increíble, porque era un padre que te estaba confiando a su hijo. Y esa confianza se ha repetido con muchos padres.

¿Cómo es posible que superen el riesgo?

Mira, cuando yo empecé a hacer motocross, me di cuenta de que las caídas, las fracturas, las lesiones, formaban parte del juego, las veías como algo natural. Y lo dejé. Como te he dicho, no era para mí. Ahora, cuando a veces voy con ellos a hacer ‘dirt track’ o ‘supermotard’ y me doy un palo, ¡que me lo dois!, no quiero ver la moto en tres meses y ellos, in embargo, se levantan y van a por la moto para seguir. Es innato en ellos, pues lo que quieren es volver a subirse a la moto y ver dónde han fallado y rectificar la trazada de inmediato. Esa es la diferencia.

Pero, insisto, no tienen miedo a nada.

Cuando tú empiezas a correr ¡con tres años!, interiorizas todas esas caídas, esas lesiones, esas fracturas, no ves el peligro. Ellos no temen al riesgo porque han crecido con él. Y es que, en su progresión, se tienen que caer y se tienen que hacer daño. Lo hablaba con la madre de Jorge Martín, que este año se ha hecho mucho daño, y le decía esto es lo que hay, que es la única manera de aprender, de mejorar. Y, sí, es verdad, a veces los hay más fogosos que otros, pero Jorge pronto sabrá estar en su sitio. A Casey (Stoner), que todos reconoceremos que ha sido uno de los grandes, le tenía que calmar, que frenar, porque ‘Casey esto son casi 300 caballos’ y, a veces, su tremendo talento no le servía pues estaba loco perdido, no tenía medida. Era on-off.

Pero usted se va, pero no se va.

Sí, sí, abandono esta locura del Mundial y me voy con mi familia, me voy a ver crecer a la niña de mis ojos, a Lola, que tiene 20 meses, y a mi madre, a mi hermana y a mi esposa. Pero seguiré en los circuitos, en el Campeonato de España, con el equipo LaGlisse, que es una de las mejores canteras del mundo, ayudando a los niños que prepara Jaime Fernández-Avilés. Esto es una droga. El motociclismo me lo ha dado todo y yo quiero devolverle parte de lo que me ha dado.

¿Usted cómo se lleva con los padres de los pilotos?

Mire, una de las cosas buenas que tiene Fernández-Avilés, dueño del equipo donde voy a trabajar con esos niños, es que no deja entrar a los padres en el boxe. Hay dos tipos de padres. Uno, el que acompaña a sus hijos porque sus hijos quieren correr en moto y se creen que tienen un Messi, un Márquez, un Nadal, o un Jordan en casa, que son la hostia y otro tipo de padre, que es aún peor, que son aquellos que a sus hijos no les gusta montar en moto, pero les obligan porque ellos son pilotos frustrados, que no ha podido correr, y su hijo tiene que correr en moto por narices. Ninguno de los dos tipos son buenos. Yo es que de padres buenos conozco muy pocos.

Caray.

Verá. Ser padre ya es difícil, pero ser padre de piloto es muchísimo más complicado. Cuando son pequeños, ellos dan la vida y el dinero para que sus hijos puedan correr o, repito, proyecten su frustración de no haber podido correr. El problema es que quieren seguir vinculados a ellos cuando ya están en manos de profesionales. Y ahí es donde fallan. Yo, cuando el padre de Raúl y ‘Pitito’ Fernández me pidió que me encargase de ellos, lo hice con una sola condiciones: tú desapareces de nuestra vista de lunes a sábado, cuando los niños son míos, y yo te los doy el domingo para que hagáis lo que queráis. De lunes a sábado, son profesionales; el domingo, son tus hijos. Y ahí tienes a Raúl, subcampeón del mundo de Moto2.