Saitama, la mole dormida

El espectacular pabellón de baloncesto yace en el letargo de la pandemia

Con jugadores como Doncic, Pau Gasol, Ricky Rubio, Facu Campazzo o Kevin Durant, los llenos habrían sido apoteósicos

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El Saitama Arena

Manoj Daswani

Los informativos de televisión advierten de que tal vez antes de acabar los Juegos la organización pueda brindar al mundo una buena noticia: la disminución progresiva de los casos covid y la consiguiente reapertura al público de algunos eventos. Pero mientras esto ocurre y Tokio vive de alerta en alerta (por un tifón que no fue tal), es seguro que esta cita olímpica pasará a la historia por sus gradas vacías y por el disfrute cero de la población local. En este sentido, una de las imágenes más icónicas de estos primeros días en Japón probablemente sea la del Super Saitama Arena vacío. Es la mole dormida, una espectacular casa para el baloncesto mundial que yace en el letargo de la pandemia.

El cóctel de estrellas que ofrece el torneo (con Doncic imperial en su estreno, Pau Gasol, Ricky Rubio, Facu Campazzo o Kevin Durant) habría propiciado un lleno seguro en la mayoría de partidos que se disputan en la misma sede que el último Mundial de Japón. Pero la testaruda realidad es hoy otra: cemento huérfano de espectadores y la fachada del pabellón encendido, aunque solo para que la vean unos pocos.

El Arena impresiona. Es una construcción multifuncional que vale igual para un torneo olímpico para que un macroconcierto de U2 o Green Day. Aquí lo mismo llenaron los Backstreet Boys que los protagonistas del 'All Stars' japonés de baloncesto. Pero el caso es que ahora no hay nadie, o casi.

Apenas unas pocas decenas de periodistas ocupan las tribunas de prensa, para las cuales se ha requerido reserva previa. Hay unos operarios ultimando detalles tras las bambalinas, otros que toman muestras de saliva (un clásico en estos Juegos) y un par de emisarios de la organización que informan a los presentes de que los restaurantes y cafeterías no abrirán. "No sería rentable", cuentan mientras se encogen de hombros. Imposible tomar ni tan siquiera un refrigerio para los apenas 100 espectadores -entre oficiales, periodistas y voluntarios- del inaugural España-Japón. En condiciones normales, el llenazo habría sido apoteósico.

Con la mole dormida, el pabellón permite una visita exprés por sus rincones más recónditos. Nos recibe una de las mascotas de los Juegos, que esta vez han pasado desapercibidas y casi nadie conoce por sus nombres; un pantallón prendido con los colores de la bandera de Japón; y por supuesto las imponentes luces LED, también encendidas aunque de nada sirvan en la faraónica fachada. El pequeño museo del Arena recuerda que fue aquí donde se disputó el Mundial FIBA de 2006. Y junto a los firmados balones de aquella inolvidable final, la imagen enmarcada de quienes fueron campeones y de un eufórico Gasol levantando la copa. Ahora Pau está de vuelta. Lástima que no haya nadie para aplaudirle.