José Manuel Moreno: Un kilómetro de oro; un minuto para la historia

El gaditano inauguraría el medallero para España en Barcelona 92 con un oro en ciclismo en pista en el kilómetro contrarreloj

"Sufrí mucho para lograr el oro. Debías estar un poco zumbado para alcanzar aquel nivel competitivo", recuerda el pistard

José Manuel Moreno: "Sufrí mucho para lograr el oro"

José Manuel Moreno atiende a SPORT y recuerda la medalla en los JJOO de Barcelona de 1992 / VALENTÍ ENRICH

Josep González

Josep González

El sol cae a plomo sobre el Velódromo de Chiclana de la Frontera. Un feroz viento de Levante atenúa el calor. Manuel Trellez, operario de la instalación, cual guardián de un castillo, nos abre la gran verja de entrada. Mientras habla con devoción de José Manuel Moreno Periñán (Amsterdam, 7 de mayo de 1969), nos relata el reciente susto que les dio 'El Ratón', como así lo apodan en este pueblo gaditano, cuando salió despedido de la moto contra el cemento en una de las curvas peraltadas mientras practicaba keirin.

No tarda en aparecer José Manuel, sonriente, dicharachero, afable... Sabe ejercer de anfitrión. Nos retrotraemos a Barcelona. "¿La primera imagen de aquella noche del 27 de julio de 1992? Mi padre saltando la grada para abrazarme. Se desabrochó la camisa y me subió a hombros. Le quité diez años de encima. Disfrutó conmigo como un crío. Luego la gente se volcó. Me bajaron la senyera, la bandera española, la andaluza... Fue una noche de mucho disfrute”.

¿Y sufrimiento, también, hasta que se colgó la medalla de oro? No vacila: “Muchísimo. Muchos entrenamientos, once horas diarias todas las semanas, una brutalidad. 31.000 kilómetros ya llevaba en mis piernas antes de los Juegos. Muchas caídas, dejar de lado familia y amigos... Para alcanzar aquellos niveles competitivos tenías que estar un poco zumbado”.

Llegados a este punto rememora con cariño, pese a que lo exprimió al máximo, casi hasta la extenuación, a Alexander Nietchiprochev, su entonces entrenador ruso. “Lo primero que me soltó fue que tenía un día al año para descansar, que eligiese cuál. Era muy estricto pero sus métodos eran perfectos. Me decía: 'Tienes que hacer 20 series de un kilómetro en un puerto al 29% de desnivel'. Sufría, renegaba, pero lo hacía”, subraya mientras recuerda, de aquella época, “la constancia de Miguel Indurain y el coraje de Pedro Delgado”, sus ídolos entonces.

Un sueño desde niño

Destila cierta añoranza cuando echa la vista atrás. Este declarado patriota chiclanero, hijo de emigrantes, pone en valor la medalla de oro que conquistó en Barcelona 92. “Fue conseguir cumplir un sueño que tenía desde pequeño”. No olvida su primera bicicleta, una Derbi Rabasa, con la que dio sus primeras pedaladas y lo que, con 12 años, les dijo a sus amigos: “Yo tenía que ser campeón del mundo en algo. Y fui campeón del mundo y campeón olímpico, para mí eso fue lo más grande”.

Mientras posa para Valentí Enrich, nuestro fotógrafo, se le ve feliz, orgulloso. Nos cuenta cómo el destino quiso que allá por 1988, en el velódromo donde ahora compartimos charla, rebautizado José Manuel Moreno Periñán como homenaje de Chiclana a su gesta olímpica, Pedro Cañellas y Pedro Ramis, visionarios, vieran su potencial en pista y le 'empujasen' a abandonar la carretera, su hábitat natural hasta entonces. 

La pista catapultaría a José Manuel, aunque tiempo después de Barcelona la compaginaría también con la ruta. Emprendió la aventura en el histórico Kelme, pero terminó en fracaso. Todavía tiene clavada esa espinita. Aquello no era lo suyo. “Cometí el error de ir a un equipo que nunca confió en mí. Cuando arrancaba al esprint las etapas eran mías, pero querían hacerme escalador y no funcionó. No me dieron mi sitio”, se lamenta.

Moreno explica lo mucho que sufrió para ganar la medalla de oro

Moreno explica lo mucho que sufrió para ganar la medalla de oro / VALENTÍ ENRICH

La estela triunfal le acompañó tras Barcelona en Europeos y Mundiales. Llegó a Atlanta 96, pero fue eliminado en los octavos de final en la prueba de velocidad. Se bajaría de la bicicleta en 1999, con 30 años, aunque en 2017 intentaría un imposible: quería competir en Tokio 2020. Sus piernas daban para ello, pero sus 46 años, no. Lo cuenta sonriendo: “Me fastidié la espalda haciendo sentadillas y el doctor me dijo: 'Cuando vayas a entrenar ponte el DNI en la boca para que te acuerdes que muscularmente estás muy fuerte, pero los huesos son de cuarenta y tantos años”.

Así lo expresa su cuerpo, testigo de 36 huesos rotos, cinco conmociones cerebrales, tres roturas de clavícula, un hombro operado, dos muñecas rotas, un montón de clavos insertados... “Son muchas cicatrices, he mudado muchas veces la piel como las serpientes, pero han sido gajes del oficio”.

Tras alcanzar la gloria, como otros deportistas en Barcelona 92, “me hicieron muchas promesas, muchas ofertas. La Federación Española de Ciclismo, la SEAT... pero al final, de lo prometido, nada, aunque supe aprovecharme de otras cosas”.

Misma ilusión, menos fuerzas

30 años después, Moreno asegura seguir “con la misma ilusión, aunque no tengo las mismas fuerzas”. Intenta, eso sí, mantenerse aún, a sus 53 'tacos', en forma y explica con guasa que “físicamente he cambiado mucho. Mi hijo bromea a menudo cuando ve el mono con el que gané el oro y que conservo en casa y me pregunta que cómo pude embutir mi cuerpo en él”.

En plena madurez, ahora pule a futuras promesas del ciclismo español desde la Academia Manuela Fundación y me confiesa un sueño por cumplir: “No quiero morirme sin que un pupilo mío sea campeón del mundo”.

Nos despedimos. El sol no da tregua; el Levante sigue soplando. A vista de pájaro de ese velódromo se dibuja el islote de Sancti Petri, donde, hace más de 3.000 años, la tradición sitúa el famoso Templo de Hércules que erigieron los fenicios en honor al dios Melkart. Moreno, es obvio, no pasará a la historia como una deidad, pero sus paisanos, por estos parajes de la Costa de la Luz, lo quieren y lo adoran. Y eso, ser Hijo Predilecto de Chiclana y el oro del 92, le basta.

El gaditano voló en el Velódromo de Horta

Pasaban unos minutos de las 10 de la noche de aquel 27 de julio de 1992. El calor en el Velódromo de Horta era sofocante. La alta humedad hacía resbaladiza, muy peligrosa, la pista de madera del Camerún. José Manuel Moreno era el último en salir. Por delante, un kilómetro contrarreloj, cuatro vueltas de 250 metros al óvalo. El gaditano aparece aclamado por el público sobre una bicicleta diseñada por Enrique Otero, una máquina artesanal probada en el túnel del viento, liviana, pero rígida para los entonces 79 kilos y 1,80 metros de Moreno. Lucía un mono ajustadísimo con el dorsal 69 y, ocultos bajo su pecho, una estampita del Nazareno, una herradura con el número 13, la Virgen de Santa Ana, una cruz de madera... para combatir su superstición.

Su salida no es buena. Marca su primera vuelta cuarto. Reacciona y comienza su progresión. Tras un segundo paso, fabuloso, ya es primero. También tras el tercero y... en el cuarto y último cruza la meta en 1'03”342, ¡récord olímpico y oro! superando al australiano Shane Keyy (1'04”288) y al estadounidense Erin Hartwell (1'04”753). España abría el medallero...

¿Fueron los de Barcelona 92 los mejores Juegos de la historia?

“Para mí por supuesto sí que lo son”, dice José Manuel Moreno con rotundidad y convencimiento. “Estuve también en los Juegos de Seúl 88 y en los de Atlanta 96, pero lo que viví en Barcelona no lo viví en otro lugar. La Villa Olímpica, pese a que apenas pude disfrutarla porque estuve mucho tiempo concentrado, el ambiente que había en la ciudad, la forma de vivir, las instalaciones, las comunicaciones... Sin duda, los de Barcelona han sido los mejores Juegos Olímpicos de la historia. Barcelona me lo dio todo”.