Jordi Sans: "Tras la final de Barcelona volaron sillas en el vestuario"

Jordi Sans formó parte de la generación de oro del waterpolo español en los 90, un equipo ‘milagro’ que explotó en Barcelona’92 y arrasó durante diez años

"Nos juntamos jugadores de mucho talento, de Catalunya y Madrid. Teníamos nuestras diferencias, pero dentro del agua éramos una familia", recuerda

Jordi Sans: "Tras la final de Barcelona volaron sillas en el vestuario"

Jordi Sans formó parte de la generación de oro del waterpolo español en los 90, / Valentí Enrich

Laura López Albiac

Laura López Albiac

Vaya por delante que la que sigue es una información sesgada, parcial y emotiva. Porque sólo así puede explicarse la trayectoria de un ejército anárquico que se transformó en el equipo más grande de la historia del waterpolo español. Tipos como Estiarte, Pedrerol, ‘Chava’ Gómez, Ballart, Oca, Pedro García o…, por supuesto, Jesús Rollán, son leyenda y en los Juegos de Barcelona’92 lograron una histórica aunque también llorada medalla de plata. Jordi Sans la recuerda como “la plata más amarga” y sólo el tiempo hizo ver a toda aquella generación que se trataba del primer gran paso de una trayectoria espectacular. Pasarán 30 años más y seguiremos hablando del Dream Team.

Chiqui - así le llamaban en la piscina- reconoce que “después de cinco Juegos Olímpicos, la plata en Barcelona, el oro de Atlanta y posteriormente el Mundial (98), el cuarto puesto de Los Angeles y de Sydney, el diploma de Seúl (6º), además de 23 años jugando la Liga de División de Honor y competiciones internacionales “el deporte te marca incluso como persona. Aquella época me enseñó lo que es el compromiso, la actitud, el sacrificio, los buenos hábitos de trabajo, a ser constante. Puedes tener mucho talento, pero sin actitud a nivel personal…”. Eso es lo que le faltaba a la ‘peña’ del waterpolo español. Y por eso un año antes de los Juegos la Federación incorporó a Dragan Matutinovic, el técnico que se había hecho famoso por una disciplina militar, heredada de la antigua Yugoslavia, y que en el Mundial de Perth’91 ya dio resultados con un segundo puesto. El croata equilibró la balanza en la selección con jugadores madrileños que aportaron una visión diferente de aquel deporte, en todos los conceptos, aunque tuvo que luchar también contra ‘juergas’ y escapadas nocturnas.

Intentó canalizar el exceso de adrenalina. De ahí que la preparación de Barcelona’92 la llevaran a cabo en Andorra: “Fue tan estricto que no quería que tuviéramos contacto con la prensa, ni con la familia, lo que creó algún problema entre los veteranos. Yo me negué. En un aparte me dijo: ‘Chiqui, haz lo que quieras pero no digas nada a nadie’”. Entrenamientos diarios de nueves horas en los que incluía carreras de medio fondo por la montaña con cinturones de plomo, gimnasia y flexibilidad, pesas, natación y clases teóricas: “Era duro, muy duro, física y psicológicamente. Y no todos lo encajaron bien. Con el tiempo te das cuenta de que todo aquello era imprescindible para que el más genial de los equipos sacara a relucir todas sus virtudes”.  

Matutinovic no quería ni que sus jugadores leyeran los periódicos. Sabían que después de un empate a nueve frente a Italia en el partido preliminar la presión iba a aumentar a cada eliminatoria que pasaran, por lo que después de vencer a Estados Unidos se erigieron en los grandes favoritos de la final: “Era la primera vez que nos enfrentábamos a una situación como aquella, con un ambiente brutal. En cambio, los italianos tenían más experiencia, estaban acostumbrados a jugar con tensión. A nosotros nos impresionaba un recinto con doce mil personas a tu favor. Nos hacían sentir como gladiadores antes de bajar a la arena para pelearnos con las fieras”.  Y por si fuera poco, el ambiente de la Villa Olímpica, junto a atletas legendarios: “Los jugadores de la NBA no dormían allí, pero un día me encontré a Charles Barkley sentado a mi lado en una pizzería. La grandeza de unos Juegos es también la convivencia con los craks de otros deportes”.  

Y así se plantaron en la final ante el ‘Settebello’: “En vísperas de un acontecimiento como aquel es muy difícil dormir. Después de dar vueltas y vueltas en la cama, recuerdo que salí de puntillas de mi habitación para no despertar a nadie. Y cuando entré en el comedor del apartamento resulta que había cinco jugadores más que, como yo, tampoco podían pegar ojo. Pensamos en la esperanza de que a los italianos les pasará lo mismo”. Y es que en una final como aquella la adrenalina va por delante. En la Bernat Picornell se soñaba con el oro. El público, los medios, todos empujaban en un ambiente desconocido. Coincidía con la última jornada. Máxima intensidad. tres prórrogas. Toques dramáticos. Y, al final, la plata: “De la rabia volaron sillas en el vestuario. El enfado, la decepción fue tan grande que yo hice las maletas y me marché a casa. No quise ir a la ceremonia de clausura”

Recuerda que en su despacho hay una foto de la ceremonia inaugural, en el Estadio Lluís Companys: “Cuando desfilamos hubo un estallido, una explosión de júbilo. Yo lancé mi sombrero al público. Fue a parar hasta donde se encontraba un amigo mío. Me hizo gestos para que levantara los brazos y aprovechó para fotografiarme”.  El equipo de Barcelona’92 “tenía sus diferencias, pero dentro de la piscina éramos una gran familia, como hermanos. Nos juntamos una serie de jugadores con muchísimo talento, muy potentes, temperamentales, de Catalunya y de Madrid, pero que dentro del agua conectábamos. Si comparas el número de licencias de Italia, Estados Unidos o Hungría te das cuenta del tamaño del milagro. Por eso, quizá conseguimos perdurar en el tiempo. No existían las redes sociales, nadie nos gestionaba nuestra popularidad. Fue espontánea. En otro país habríamos sido héroes nacionales”. 

Una final intensa y sin recompensa

Suelen decir que la plata es la medalla que nadie quiere, porque es la única que llega tras una derrota. La más dolorosa se se la colgó la selección de waterpolo en la final olímpica de 1992 disputada en la piscina Bernat Picornell de Montjuïc, ante un público entregado y tras una agónica batalla que se resolvió después de tres prórrogas para decantarse por la mínima (8-9) a favor de Italia. España contaba con el mejor atacante, Manel Estiarte y también con el mejor portero, el malogrado Jesús Rollán. Pero por encima de todo, destacaba el grupo humano formado por jugadores como Chiqui Sans, Oca, Pedrerol, Chava o Pedro García, entre otros, que se dejaron la ‘piel’. La selección pasó a ‘semis’ como primera del grupo B, con cuatro victorias y un empate ante Italia. En penúltima ronda superó EE.UU. por 6-4 y se reencontró con Italia en el duelo por el oro. A falta de 32” para el fin de la tercera prórroga, Gandolfi fulminó los sueños de un equipo irrepetible, que se sacaría la espina cuatro años después con el oro de Atlanta.