Anna Maiques y el oro del hockey hierba, "el sueño de una noche de verano"

Las chicas de oro hicieron historia en una épica final olímpica ante Alemania. Anna Maiques recuerda aquella noche de ensueño en Terrassa

"Fue una gesta imposible, la mayor recompensa a la que un deportista puede aspirar y además, lo conseguimos en casa", valora 30 años después

Anna Maiques y el oro del hockey hierba, "el sueño de una noche de verano"

Anna Maiques y el oro del hockey hierba, "el sueño de una noche de verano" / VALENTÍ ENRICH

Laura López Albiac

Laura López Albiac

El 7 de agosto de 1992 el estadio olímpico de Terrassa vivió una noche mágica en la que la que la selección de hockey hierba conquistó la que todavía hoy es la primera y única medalla de oro de un equipo femenino español en unos Juegos. “Fue el sueño de una noche de verano, un momento irrepetible e inolvidable”, recuerda Anna Maiques, una de las componentes de aquel grupo de 16 chicas que hicieron historia para nuestro deporte en el mejor de los escenarios posibles, en casa, en Barcelona 92.

 “La medalla la tengo enmarcada y la voy enseñando de tanto en tanto”, confiesa con un orgullo e inevitable nostalgia: “30 años después años mi mejor recuerdo es el momento en qué nos dimos cuenta que éramos campeonas, cuando ganamos el oro, porque fue una gesta imposible, la máxima recompensa a la que puede aspirar un deportista y además lo conseguimos en casa, delante de nuestras familias y amigos, con las gradas del estadio a reventar y más de 12.000 personas coreando nuestros nombres… cuando te cuelgan la medalla al cuello te sacas de encima todos los nervios, toda la presión y ya puedes disfrutar”.

La selección, sin embargo, no dejó toda la fiesta para después de la final: “Cuando logramos ganar la semifinal, que ya nos aseguraba una medalla, fuera del color que fuera, lo celebramos como si ya hubiéramos ganado. Eso nos sirvió para encarar la final más relajadas, después de muchos meses de trabajo, presión y autoexigencia. Luego, cuando conseguimos el oro hubo otra gran celebración en el club Egara, con todo el entorno del hockey y nuestras familias”.

Aunque varias de las integrantes de la selección, como Anna, eran de Terrassa y se habían formado en los clubs de la ciudad, durante los Juegos el equipo se alojó en la Villa olímpica: “Nos alegramos de que los organizadores hicieran posible una subsede en Terrassa, sabiendo la tradición que hay aquí por el hockey hierba, que además debutaba en el programa de deportes olímpicos en el 92. Pero también vivimos muy intensamente la experiencia de estar en la villa olímpica conviviendo con las estrellas de otros deportes. A nosotras no nos conocía nadie y los primeros días nos faltaban ojos, aunque después no era para tanto, recuerdo que le pedimos fotos a Carl Lewis y pensamos: “Que engreído”.

El camino hacia los Juegos no fue fácil. Aquel grupo de chicas estaba comprometido al máximo con el objetivo y se sometió a una durísima preparación previa, a nivel físico y también psicológico, con viajes interminables, torneos por todo el mundo y muchos días fuera de casa. “Cuando llegaron las ayudas y el plan Ado, todas dejamos nuestros trabajos, porque este es un deporte amateur, y nos pusimos entrenar como locas desde el 1 de enero”, relata. Su compañera Mercedes Coghen contó tiempo atrás que el seleccionador, el gallego José Brasa, les propuso tres posibles objetivos: “La primera opción era llegar, desfilar y pasarlo bien, la segunda, ir a por el quinto puesto y la tercera, pelear por las medallas. Nos dijo que esa última iba a requerir un trabajo inhumano y eso es lo que hicimos”.

Anna no quiere olvidarse de las que empezaron aquella aventura con la misma ilusión y “se quedaron por el camino”, ya que al principio la preselección estaba formada por 30 jugadoras “y teníamos que quedar 16”. En Barcelona 92, Brasa acabó reclutando a Mercedes Coghen, Mariví González, Sonia Barrio, Natalia Dorado, Eli Maragall, Mª Isabel Martínez de Murguía, Nuria Olivés, Virginia Ramírez, Mª Angeles Rodríguez, Silvia Manrique, Teresa Motos, Maider Tellería, Mari Carmen Barea, Nagore Gabellanes, Celia Corres y la propia Anna Maiques.

 “El ambiente del equipo era bueno, la presión nos la fuimos poniendo nosotras a medida que se acercaban los Juegos. El peor partido en este sentido, en el que nos pesó más la responsabilidad y en el que no nos salió nada bien fue el primero, que empatamos ante Alemania. Después ya afrontamos el resto del torneo más centradas. Solo éramos ocho equipos, dos grupos de cuatro, semifinales y final, así que si perdías te ibas a casa. Poco a poco nos lo fuímos creyendo, vimos que era posible la medalla”, reconoce Anna.

“En la final no jugué de titular. Lógicamente me habría gustado, pero cuando salí al campo y pensé: Esta es la mía, quedan 30 minutos y hay que darlo todo. Nos conocíamos mucho con las alemanas, de muchos años en torneos internaciones, y también habían sido nuestras primeras rivales en el grupo olímpico, así que de todos los equipos que podían tocarnos para pelear el oro, Alemania era el que más nos convenía. Digamos que fue una final deseada y en la que por fortuna el resultado fue el mejor posible, un sueño absoluto”.

“Gracias a las nuevas tecnologías, whatsapp y redes, mantenemos el contacto, no solo las jugadoras, sino todos los que formaron parte del cuerpo técnico en el 92. Periódicamente organizamos cenas para vernos y recordar aquellos días que fueron tan especiales para todos nosotros. En el 25 aniversario de los Juegos nos citamos y ahora, dentro de quince días, volveremos a reunirnos para conmemorar los 30 años y para asistir a las semifinales y la final del Mundial que se juega aquí en Terrassa, en el mismo escenario en el que nosotras conseguimos el oro”, revela Anna.

Otros de los instantes inolvidables fueron las ceremonias olímpicas: “Tuvimos que convencer al seleccionador para que nos dejara desfilar en apertura de los Juegos. A todas nos hacía muchísima ilusión pero por motivos de concentración no querían que fuésemos. Es cierto que son muchas horas de espera y te cansas, pero era una ocasión única y no sabíamos si habría más oportunidades, ya que hasta entonces el hockey no era olímpico. Por suerte el primer partido lo teníamos al cabo de tres días y al final nos permitieron salir a desfilar, aunque tuvimos que aceptar cambiarnos de zapatos en el último momento, solo para dar la vuelta al estadio, el resto con zapatillas… Y bueno la clausura de los Juegos ya fue otra cosa, éramos campeonas y la disfrutamos muchísimo. Evidentemente cuando por la megafonía sonó aquello de “atletas, bajen del escenario” nosotras estábamos ahí, dándolo todo”.

El torneo olímpico:

La selección española debutó en el torneo olímpico femenino de hockey hierba el 27 de julio de 1992 con un empate (2-2) ante Alemania. “Un partido horroroso, el peor que hicimos, con muchos nervios”, apunta Anna Maiques. Dos días después, ya con más serenidad, las jugadoras que dirigía José Brasa se impusieron a Canadá (2-1) y en el tercer encuentro de la fase de grupos superaron Australia (1-0), que entonces defendía el título olímpico. En la semifinal se enfrentaron a Corea, que las había ganado por 7-0 en el último Mundial. Natalia Dorado marcó a los 9 minutos pero las coreanas empataron de penalti corner en 29 y la selección necesitó la prórroga para definir, gracias a Mari Carme Barea. “Aquello nos aseguraba la medalla y nos quitamos toda la presión, fue un factor muy positivo para la final”, recuerda Maiques. En la final volvieron a medirse a Alemania. Barea abrió el marcador y Hetschel empató el partido, ambas de penalti corner. El gol de la victoria, de nuevo en la prórroga, fue obra de Eli Maragall. Esa noche las ‘chicas de oro’ hicieron historia.