Manuel Vicent: "Sin público, el fútbol es taxidermia"

Manuel Vicent publica 'Ava en la noche' (Alfaguara)

Manuel Vicent publica 'Ava en la noche' (Alfaguara) / C. Manuel

Javier Giraldo

Javier Giraldo

A sus 84 años, Manuel Vicent mantiene una lucidez envidiable: habla como escribe, elaborando cada frase como un artesano, con el verbo afilado y el sustantivo adecuado siempre a punto. En tiempos de pandemia, acaba de publicar ‘Ava en la noche’ (Alfaguara), un viaje al Madrid de la posguerra en el que habían aterrizado tantas estrellas de Hollywood como trabajadores llegados de provincias dispuestos a comerse el mundo. O al menos, a ganarse la vida.

Usted, como el protagonista de la novela, también llegó a Madrid a primeros de los sesenta.

En 1960, en uno de los primeros aviones C3 que enlazaban Valencia con Madrid. Recuerdo bien aquel viaje desde el aeropuerto de Barajas a la ciudad: eran las cuatro de la tarde y en Cibeles vi un autobús abierto y un empleado que gritaba ‘¡al fúrbol, al fúrbol!’. Había partido del Madrid en el Bernabéu. Era el 12 de octubre de 1960 y esa fue mi primera imagen de Madrid.

¿Cómo era ese Madrid?

Dos ciudades en una. Visualmente, durante el día, eran los grandes carteles de la Gran Vía, donde se anunciaban los grandes estrenos, como en Broadway. Todo estaba en la Gran Vía, en esos carteles de cine en los que se veía a las estrellas de Hollywood en actitud amorosa. Debajo de esos cines estaban las salas de fiestas: Pasapoga, Rex, El Elefante Blanco… pero bajo ese mundo de música, espectáculo, sótanos y cartelones de cine discurría otro mundo, el de la clase subalterna y tributaria aplastada por la dictadura. Era una ciudad real e irreal.

¿Por qué venían tantas estrellas de Hollywood a España?

Porque las divisas que generaban esas películas no podían salir de España y los productores tenían que venir a gastárselo aquí. Había un desarrollo técnico notable y buenos escenarios para rodar, además de mucho sol. En muchas películas, los miembros del ejército hacían de extras. Los productores americanos vivían en una realidad protegida por el régimen. Al franquismo le interesaba esa propaganda.

Eran famosos de verdad, famosos muy potentes. Da la sensación de que el concepto de ‘famoso’ se ha devaluado mucho.

En aquella época los estímulos eran pocos. La vida iba muy despacio. Todo empezó a acelerarse a partir de los años 60 y 70. Ya lo dijo Andy Warhol, que todo el mundo tiene derecho a su cuarto de hora de fama. Pero la gloria no es lo que era. Antes nos fijábamos en Hemingway o en Orson Welles, ahora la historia es una rueda dentada de picar carne.

La política actual es porno duro. Es un espectáculo muy poco edificante

Usted también fue cronista durante la Transición. Es una etapa muy denostada últimamente. ¿Tan mal se hicieron las cosas?

Los que la critican no saben lo que era la dictadura. La gente reclama ahora libertad pero no saben lo que es una dictadura. Tampoco hay que marcarse batallitas, pero mi generación nació en una guerra civil y puede morir en una pandemia. Nacimos en un bombardeo, resistimos una dictadura y trajimos la libertad y la democracia, dos décadas de esplendor nunca antes conocido en este país. Un respeto. Después de haber conocido la libertad, cualquiera que fuese trasladado de golpe a los años 50 se moriría. Cuando uno nace en la libertad se cree que eso es lo más normal del mundo. ‘Estamos amordazados’, dicen algunos…. Oiga, si lo estuviera no podría ni decirlo.

¿La política española conoció tiempos mejores?

La política actual es porno duro. Es un espectáculo muy poco edificante. Yo lo pondría por televisión a las tres de la madrugada.

También el periodismo está en crisis.

Antes, la información venía de arriba abajo. Ahora, a través del mundo digital, va de abajo a arriba. Sube desde la ciénaga: cualquiera que suelta alguna animalada se convierte en ‘trending topic’. Es fácil ser famoso durante un cuarto de ahora si sueltas un rebuzno espectacular y las redes llegan como las gaviotas a los basureros.

De la pandemia no saldremos mejores, saldremos distintos

Usted mantiene una columna semanal en ‘El País’. ¿Qué le parece el panorama del columnismo en España?

Hay muy buenos columnistas. No cito a nadie para no olvidarme a ninguno. Pero el talento es imparable. El río del arte y de la belleza y de la estética y del pensamiento no se detiene, y siempre vendrán otros que lo harán mejor que tú. Y ahora, con la pandemia, después de este apagón general, todo se ha reiniciado. No saldremos mejores, saldremos distintos. Y desde el punto de vista de la expresión, el mundo digital va a dar un salto cualitativo y el analógico va a doblar el codo.

Pocos escritores han reflejado mejor que usted el espíritu del Mediterráneo.

Siempre busco el Mediterráneo de mi niñez, cuando era un mar limpio: las voces resonaban en las calas, con esa cosa neumática…. Yo encontré el Mediterráneo cuando lo perdí de verdad. El paraíso siempre es el paraíso perdido. Pero escribir del mar es un desafío muy grande para un escritor porque el mar está lleno de poetas naufragados. Yo solo espero no haber hecho el ridículo…. El Mediterráneo exige naturalidad, como la gente marinera que lo trabaja a diario.

Tengo entendido que es un futbolero moderado.

Tengo el olor de los cromos dentro del inconsciente. Eizaguirre, Iturraspe, Mundo… seguí mucho el fútbol, pero lo fui dejando cuando empezó a convertirse en un espectáculo manierista. Siempre he creído que el espectáculo de verdad está en las gradas, en esa pasión que hace que cualquier equipo de Tercera te parezca maravilloso porque es tu equipo. El fútbol está en el sistema límbico del cerebro, el de los sentimientos, el de la fe.

 El negocio del fútbol es lo más parecido a un bazar chino, algo casi insoportable

Pero dice que se siente decepcionado con el fútbol actual…

Ahora todos tienen una base atlética parecida, todos estudian a los rivales, todos son previsibles, se imitan unos a otros…. Es aburridísimo, un peloteo insulso. Y el negocio del fútbol es lo más parecido a un bazar chino, algo casi insoportable. A mí lo que me interesan son los últimos minutos, cuando se rompe el partido y toda la táctica del entrenador se queda en nada. Antes, el fútbol era eso. Ahora, todos los jugadores son bastante previsibles, salvo Messi, que nunca sabes qué puede improvisar. Lo que hacen los demás lo puedes prever. Lo que hace Messi, no.

¿Qué le está pareciendo el fútbol sin público?

Taxidermia: para disecar a un animal, primero hay que quitarle la grasa. Pues es lo mismo: sin la grasa, el fútbol deja de existir. Yo he visto a aficionados ingleses ir de Manchester a Liverpool para ver un partido y luego pasarse los 90 minutos cantando y de espaldas al césped. El espectáculo es la grada, es la grasa del fútbol. Si le quitas la grasa… Ahora el fútbol tiene una soronidad distinta. Resuenan los balonazos, se oyen los gritos del entrenador… es extraño. Y celebrar los goles tocándose con el codo les parecerá raro, a los futbolistas que antes casi escenificaban una escena erótica después de cada gol.

De niño veía de cerca a Puchades, el jugador del Valencia, y se me saltaba el corazón

¿Sigue siendo aficionado del Valencia?

Pese a todo, sí. Lo que pasa es que tengo la sensación de que se han roto todos los cromos de mi niñez. Tampoco va a estar uno añorando los tiempos aquellos, pero recuerdo que de niño veía de cerca a Puchades, el jugador del Valencia, y se me saltaba el corazón. En el colegio yo tenía un compañero que era de Sueca, el pueblo de Puchades, y un día le pregunté cómo se divertían en verano. ‘Viendo desayunar a Puchades’, me contestó. Se ve que iba siempre a la misma cafetería y allí, en las sillas de alrededor, se congregaban los niños para verlo. Veíamos a los futbolistas en los cromos y esos futbolistas nos parecían muy mayores. Y esa imagen no desaparece hasta que tú tienes 30 o 35 años y te das cuenta de que los jugadores son unos chavales, que tienen quince años menos que tú. Eso es lo que marca el principio de la edad adulta, cuando te das cuenta de que los futbolistas son más jóvenes que tú.

También vio jugar a Di Stefano.

Viví nueve años al lado del Bernabéu. Oía el pito del árbitro. Al lado de mi casa vivía Gento: en aquella época se entrenaban los miércoles, los jueves y los viernes, algo de gimnasia y poco más. Yo solía ver a menudo a Gento al salir del campo, se sentaba en la cafetería Aitana y se pedía tres cervezas, pero a pesar de todo, corría más que el balón. Kopa le decía, ‘no corras tanto’. Di Stefano y Kopa le tenían que templar el balón porque corría demasiado. Y eso que apenas entrenaban, y por las noches se iban de juerga. Ahora los futbolistas son como máquinas, todos juegan igual.

El lado literario del futbol está en los palcos, pero eso ya no es deporte

¿Por eso no ha escrito mucho sobre fútbol?

El futbol no es literario. Valdano lo hace de maravilla porque lo convierte en literatura, pero en general es muy complicado sacarle una lasca literaria al fútbol. Los toros o el boxeo tienen un lado turbio… el lado literario del futbol está en los palcos, pero eso ya no es deporte.