Javier Aguirre: "El fútbol es solamente un juego"

Javier Aguirre, dirigiendo al Leganés

Javier Aguirre, dirigiendo al Leganés / EFE

Guillem Balagué

Guillem Balagué

Javier Aguirre hay que acompañarle en la conversación. Como a esos pastores que se conocen todos los caminos de tierra. Si, por ejemplo, se habla de la Colonia Lindavista, donde nació, ¿dónde acabaremos?

¿Cómo era un partido de fútbol en su barrio?

Era bien distinto, terminaba el partido y acababa todo en buenos términos, ganadores y perdedores nos íbamos a otro juego, nos juntábamos para charlar de otras cosas. Si el partido era ya de azules contra rojos, de once contra once, por tres puntos, había un poquito más de intensidad, pero siempre se acababa ahí. 

¿Cómo era Colonia Lindavista?

Es el lugar que eligieron mis padres cuando fueron de España a México porque en ese momento era una colonia joven, de las más nuevas de Ciudad de México. Podías jugar en la calle, no había tantos coches, ibas andando a la escuela, había un parque donde podías hacer cualquier tipo de deporte. Casi no estábamos en casa, era una colonia muy tranquila. Había mucho español, en los 50 era una segunda oleada de emigrantes que fueron de la mano de los primeros exiliados, porque en España la situación no era la mejor. 

¿De esos partidos, qué queda? 

Yo salté del barrio directamente al club América, un fútbol con profesionales, entrenador, con exigencias. A los seis meses firmé el primer contrato y digamos que ahí perdí la virginidad pues dejas, no diría que de disfrutar pero sí lo empiezas a ver como un trabajo. Pierdes un poco eso de que no te importara tanto ganar o perder. En aquel fútbol de barrio aprendes códigos de respeto al rival, sobre todo, de respeto al árbitro. 

Si hoy fuera a ver un partido a la misma colonia, ¿cómo sería? ¿Siguen los mismos códigos?

Yo creo que sí, hace tiempo que no veo un partido de esta índole, pero cuando alguna vez he ido a México, en coche, veo a la gente como que lo disfruta, se ven muchas sonrisas, se divierten. Lo más divertido es el final, que te abrazas, saludas al rival, coges tu maletilla y hacia casa. Es solamente un juego. 

¿Recuerda el primer día que entró en un vestuario profesional?

Sí, sentías que habías llegado a un lugar donde hay códigos, jerarquías, inclusive grupos de difícil entrada. Ya todos cobran, y te miran así, como que te miden un poco, a ver quién es este... Hay que ser fuerte porque eres el nuevo, llegas al autobús o al comedor y ya están todos los lugares medio reservados, y no entiendes porqué cuando todos son iguales. Tienes que irte ganando jerárquicamente la percha más cercana o el lugar en el autobús o la toalla… En fin, ir ganándote un sitio. 

¿La toalla también? 

Sí, hasta los propios utilleros en su día te dicen “no, bueno, es que esta toalla es de fulanito”. Se sigue dando: el que tiene más tiempo, los capitanes o lo que sea, por la experiencia, sí tienen alguna deferencia. 

¿Alguna vez dijo “niño, esa toalla no, que es mía” y se dio cuenta de que había pasado a ser el otro?

(Risas) sí, claro. Antes en México se hacía el bautizo, que le llamaban, y al joven le cortaban el pelo a tijeretazos, o te escondían la toalla, o te hacían alguna virguería... era una manera de integrarte,seguramente, pero de repente podía ser una broma un poquito pesada. Y con el paso del tiempo, al nuevole entrabas un poco más fuerte, o le decías “este es mi lugar”, eso sí que lo llegas a hacer, son conductas y no reparas en enseñarle cuál es tu sitio al nuevo.

¿De quién fue aprendiendo?

A mí me llamaba mucho la atención que el más famoso, el más importante del equipo, a la salida del entreno era el que siempre se detenía a firmar autógrafos. Ganáramos o perdiéramos. Y te digo más,cuando yo aún no tenía coche, en la antesala de primera división, me subía al metro y al bajar tenía que caminar 1 km porque ya no había autobuses que llegaran hasta el club. Y este era de los pocos jugadores profesionales que se detenía y a los que íbamos andando, chavales del filial, nos decía “venga, chicos, p’arriba”. Eso me marcó mucho porque cuando me tocó a mí ser un jugador importante, con coche, pues me frené siempre a dar autógrafos a la afición, aprendí el código de la decencia, sobre todo con el trato con la afición, que era muy muy importante. 

¿Alguna vez como jugador tuvo que luchar por no descender? 

Como jugador no, en los tres [equipos] que estuve en México... Cuando llego al Osasuna en la temporada 86-87 me presento, entro al vestuario y el presidente habla de no descender. Me llamómuchísimo la atención porque yo no estaba acostumbrado a eso, incluso venía de un mundial. Me rompí la pierna pronto, no estuve mucho tiempo en el vestuario, pero es muy distinto, sí, tienes que estar muy muy solidario, sin margen de error, no puedes permitir que el pesimismo te consuma o te contagie, realmente es mucho más difícil pelearlo. 

En las ruedas de prensa le oigo hablar de optimismo y de códigos. Por ejemplo, cuando insiste en que no hay que buscar ninguna excusa. 

Yo nunca utilizaría a los medios para mandar un mensaje a los jugadores. O a los árbitros. Yo los valoro mucho, nunca me verá criticar o decirles ‘es que la directiva me mandó jugadores y yo no quería’. No no no. Yo lo que le dije a la directiva o a un jugador, se lo dije de frente. Eso son códigos no escritos que yo tengo. Si yo tengo algo contra mi grupo me encierro con ellos y se lo digo. Y no me parece justo decir “es que este árbitro se equivocó”, porque el árbitro nunca ha dicho “es que Aguirre se equivocó en un cambio”.

Usted es latino, pero no ve el fútbol como una cosa de vida o muerte. 

¡No! (risas) yo tengo la fortuna que mi mujer, que lleva más tiempo conmigo que yo con el fútbol, a pesar de que siempre le ha gustado mucho el fútbol, siempre está muy pendiente de hacer otras cosas. Entonces me organiza, me dice ‘hoy vamos a cenar aquí’, o ‘vamos a hacer esto’. Y yo relativizo y me digo “pues sí, perdimos, pero qué culpa tienen mi mujer y mis hijos’. Es un trabajo y ya está, termina ahí. Yo elegí ser futbolista y entrenador, pero hasta ahí. No se va la vida en ello. He perdido 20.000 batallas y ya está, y al final caminas tranquilamente por tu casa y ya. Los partidos ya jugados, perdidos o ganados, no los vuelvo a ver meses después. No miro para atrás. Digo yo, se hace camino al andar. Siempre he dicho, no sé a dónde voy, sé que voy para adelante, no sé a dónde voy a llegar, pero para atrás no me gusta mirar. Intento no cometer los mismos errores que he cometido en el pasado, eso sí, pero por lo demás no me agobio ni tampoco me regodeo cuando gano. Nada. No pasa nada.

¿El primer olor o la primera mirada cuando entró en el vestuario del Leganés?

Llegué y me di cuenta de que había un vestuario muy lastimado. Estaban todos contra la pared con ganas casi casi de que terminara esto, de tirar la toalla. Y lo único que hice fue inmediatamente, inmediatamente, llenar el ambiente de optimismo, de buen humor, de alegría, porque la cuota de fútbol seguía siendo básicamente la misma. Intenté no tocar mucho de la propuesta futbolística que había hecho Pellegrini precisamente porque llevaban casi año y medio trabajando igual, no quise romper con las dinámicas de horarios ni cosas extrañas. Le di naturalidad al asunto y remontamos bien, llevábamos 10 partidos o menos y el equipo inmediatamente se estabilizó, teníamos números buenos, pero los golpes de la salida del club de los delanteros fueron muy fuertes. Hay que volvernos a resetear, ahora sí vamos a enfocar ya el trabajo táctico, y hemos caminada la forma de jugar, buscamos variantes porque se agotó el sistema