El país de la piratería

Las falsificaciones de material deportivo provocan pérdidas anuales de 1.730 millones de euros en Brasil

Se calcula que 40 millones de brasileños compran piezas piratas, que representan el 33% de todo el mercado

Un vendedor ambulante vende camisetas del Fluminense en Río de Janeiro

Un vendedor ambulante vende camisetas del Fluminense en Río de Janeiro / EFE

Joaquim Piera

Joaquim Piera

Una de cada tres piezas de material deportivo comercializadas en Brasil es falsificada: cada dos días se venden un millón, lo que computa unas 156 millones anuales. Un estudio de IPEC (Inteligência em Pesquisa e Consultoria) demuestra que 40 millones de brasileños compraron prendas no originales el año pasado. Las pérdidas en el sector son monstruosas: se calcula que el impacto en fabricantes, clubes, vendedores oficiales y consumidores, a veces engañados, asciende a los 1.730 millones de euros en 2021. Solo en impuestos se dejaron de recaudar casi 400 millones de euros. Sí, el gigante sudamericano es el país de la piratería futbolística.

La cultura de comprar falsificaciones va mucho más allá de los ambulantes que hay alrededor de los estadios. Existen verdades organizaciones criminales, que se aprovechan de lo que los fabricantes consideran una legislación demasiado tibia, y, a través, de la comercialización, principalmente de camisetas de equipos de fútbol, recaudan fondos para cometer delitos mucho más graves. Es un mercado negro convertido en un tsunami imparable.

Y según las grandes marcas quien acaba pagando el pato es el consumidor, ya que suben los precios de los productos oficiales para recuperar las ventas perdidas, a lo que hay que sumar la carga impositiva sobre el consumo que existe en Brasil (en lugar de aumentarla sobre rentas, para que los más pudientes paguen más impuestos). La conclusión es que una camiseta oficial cuesta en torno a los 60 euros, o sea un 25% del salario mínimo interprofesional, que está establecido en unos 242 euros mensuales. Y hay que tener en cuenta, que un 70% de la población gana  menos que dos salarios mínimos (o sea, rentas inferiores a 484 euros).

La pirámide salarial del ‘país do futebol’, que es campeón mundial en desigualdad de renta -con una élite que vive a cuerpo de rey y la gran mayoría navegando entre la miseria, la pobreza extrema y la pobreza-, es incompatible con los precios de los productos deportivos, por mucha piratería que haya. Es una ecuación que no cuadra. Un círculo que no va a poder cerrarse nunca.

¿POR QUÉ NO HAY CAMISETAS PARA POBRES?

Las camisetas de los equipos es una prenda usada cotidianamente por hombres y, cada vez más mujeres. El día a día de las calles de cualquier ciudad, del transporte público, de las clases universitarias (el uniforme es obligatorio hasta la educación secundaria en centros públicos y privados) o de los profesionales liberales, como electricistas o trabajadores de la construcción, está pigmentado por los colores de los clubes futbolísticos.

Las marcas nunca han comercializado productos de menor calidad pensando en un público con la capacidad adquisitiva limitadísima y que, encima, ahora sufre con una inflación interanual desbocada que, en los alimentos, ya es del 12,67%, pero que en determinados productos alcanza el 40%, por culpa de la negligencia del gobierno de ultraderecha de Jair Bolsonaro.

Algunos clubes han empezado a tomar medidas por su cuenta para acabar con la sangría. El Flamengo, el más popular del país, ha conseguido retirar 50.000 anuncios en internet de falsificaciones en cuentas y espacios digitales que contaban con más de 6,2 millones de seguidores y calcula que sus esfuerzos evitaron unas pérdidas de unos 3,72 millones de euros en ingresos en 2021.