Ojalá el desierto no sea un lugar para aburrirse

fernando alonso

fernando alonso / AFP

JOSEP LLUÍS MERLOS

Me aburrí. Qué quieren que les diga. Lo dije, y me cayeron muchos palos. Será que uno no puede expresar su opinión. O será que el conformismo se ha instalado entre la afición. O tal vez que los hay con poca memoria. O que han visto pocas carreras de F1 en su vida. O que tengo un nivel de exigencia, unas expectativas, muy elevadas.

Pero a mí –insisto: a mí- el GP de China no me generó tanto entusiasmo como al parecer produjo en algunos analistas sobreexcitados. Y eso que a mí –insisto otra vez: a mí- suelen gustarme todas las carreras. O casi.

No es que la de Shanghai me pareciera mala, porque hasta que la pista se secó tuvo su aquél. Y esta es la gracia: que en condiciones en las que la potencia del motor queda relegada a un segundo plano, podemos volver a paladear el sabor que tiene ver a un piloto, eso: pilotar. Cuando las manos se imponen a los hierros, es entonces cuando lo disfrutamos de verdad. Cuando los adelantamientos son auténticos, sin la artificiosidad de un DRS que parece el recurso del malo de una película de dibujos animados, es entonces cuando nos acordamos del sabor que tuvo antaño la F1.  Sabor que, pese a las promesas de cambios, de recuperación de la emoción, yo apenas he notado.

Por eso nos gustó la remontada de Verstappen, el papel de Sainz, el pundonor de Alonso, la consistencia del regreso del mejor Vettel, o el juego prueba/error con las estrategias y el coche de seguridad que entregaron a Hamilton una copa que llevaba grabado el nombre de Vettel. Pero duró poco el interés.

Por eso el conformismo de Raikkonen y Bottas, o la grisácea actuación de Massa nos aburrió tanto. Esto, y que –más allá del susto inicial con el Safety Car Virtual que se llevaron en Mercedes- Hamilton ni tan siquiera se despeinó para conseguir su tercer Grand Chelem. Qué tiene su mérito, por mucho que pilote el coche que lleva, pero que emociona más bien poco.

Ojalá que Bahréin nos permita recuperar viejas sensaciones. Aquí hemos vivido momentos muy especiales. Pero también nos hemos aburrido mucho. Veremos.

Estoy enamorado de la F1, que conste. Pero incluso los matrimonios mejor avenidos a veces discrepan. ¿Están en su derecho, no?