Kluivert, el '9' generoso

Su mayor virtud era también su condena: podía hacer un gol imposible y olvidarse de la portería en la ocasión más clara

Pocos interpretaron tan bien la libreta de Van Gaal. Kluivert se convirtió en el gran facilitador del Barça más neerlandés

Kluivert, el '9' generoso

Kluivert, el '9' generoso / SPORT.es

Dídac Peyret

Dídac Peyret

La popularidad del fútbol no se explicaría sin sus misterios. Algunos de los futbolistas más estimulantes son una rareza. En el Barça han habido porteros sin manos, defensas que odiaban defender y nueves que preferían pasar que marcar. De estos ninguno mejor que Patrick Kluivert, el ‘9’ generoso.

El neerlandés llegó a última hora del verano tras comprobar, Van Gaal, que Sonny Anderson estaba condenado por la comparación con Ronaldo y por no encajar en su libreta. Kluivert formó parte del plan maestro de Van Gaal. Incapaz de construir su propio Barça, trató de replicar el Ajax del 95 trayendo todos los jugadores que tuvo a tiro de ese equipo. 

Con Kluivert costó más que con Reiziger y Bogarde -los otros neerlandeses que vinieron del Milan- porque tenía más talento, pero al final Capello cedió. Tenía sentido: el fútbol del italiano se explicaba en las áreas: el portero tenía que parar y el ‘9’ que marcar. Kluivert no tenía ese instinto asesino y la Serie A conspiraba contra los delanteros creativos. Además tenía fama de jugador desordenado fuera del campo y de mecha corta en el vestuario si no jugaba. 

Van Gaal lo llamo y no tuvo que pensar nada. La decisión era evidente. Tras una temporada amarga en el cemento del calcio, ir al Barça era volver a disfrutar del juego ofensivo. Además le esperaba el técnico que lo hizo debutar en el primer equipo del Ajax. Con él había hecho historia dándole una Champions (con 18 años) y ahora quería protagonizar otra en la segunda casa de Cruyff. 

Kluivert no tardó en ser una pieza clave de la mejor versión del Barça de Van Gaal y ganarse al Camp Nou. Era imposible no reparar en su elegancia involuntaria. Nadie podía intuir que, de ese cuerpo imponente, salía un fútbol tan delicado.

Un juego de espaldas preciso, un primer toque vibrante y un remate quirúrgico al primer palo con el interior. En su fútbol no había urgencias ni egoísmo. Era su mayor virtud, y a la vez, su condena. Kluivert nunca tuvo el impulso desesperado de Súarez ni su implacable precisión. Podía hacer un gol imposible y olvidarse de la portería en el más fácil.