Figo, la vieja herida

Cuando más quemaba la pelota, el equipo lo buscaba y el Camp Nou coreaba: “No pares Figo-Figo”

Su historia con el Barça es la de una ruptura sentimental. Al Figo se le guarda todavía rencor porque se le quiso muchísimo

Figo, la vieja herida

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Dídac Peyret

Dídac Peyret

El escogido era Rui Costa pero acabó aterrizando otro portugués. Luis Figo llegó por un enredo y se marchó echo un lío tras otro follón de papeles. Vino porque se arriesgaba a una sanción (había firmado un doble contrato con Parma y Juve) y se fue porque tenía un precontrato con Florentino (quedarse le costaba 35 millones de su bolsillo). Entre una cosa y otra, durante cinco temporadas fue uno de los jugadores más queridos de la afición del Barça. Un vínculo íntimo que explica por qué aquello acabó entre insultos, reproches y malas caras.

Antes, Figo conquistó al barcelonismo con el material del que están hecho los ídolos deportivos: determinación, indiferencia ante las opiniones de los otros y resistencia al fatalismo. Figo era un competidor nato. Uno de esos futbolistas que quiere probarse contra los mejores. En el Barça hizo suya la banda derecha. Cuando el equipo no sabía qué hacer, cuando quemaba el balón, aparecía. “No pares, Figo-Figo”, le cantaba el Camp Nou, que disfrutaba viendo como mareaba a los rivales entre fintas y bicicletas.  

Figo tenía un físico portentoso y una mente privilegiada para la competición. Muchas veces terminaba los partidos con las medias bajadas y quedaban al descubierto unos gemelos imponentes. Su puesta en escena en la banda recordaba a los mejores surfistas. Figo esperaba al defensa como a una ola gigante. Se perfilaba, abría los codos y sorteaba los excesos con un juego de equilibrios, mezcla de elegancia y fuerza. Ni siquiera la chepa que dibujaba su cuerpo cuando conducía el balón rompía la armonía natural de su juego. 

Figo no era un goleador pero tenía un golpeo violento y una obstinada fe en sí mismo, cualidades que unidas provocaban goles extraordinarios. Legendarios fueron sus duelos con Roberto Carlos. Por entonces nadie imaginaba que terminarían siendo compañeros. Un capitán del Barça se iba al Real Madrid. Un puñal en la espalda. Una vieja herida que que sigue abierta. A Figo aún se le guarda rencor porque se le quiso muchísimo.