Historia de la Eurocopa: 1976, Panenka y su penalti para la posteridad

Checoslovaquia sorprendió a todos y se alzó con el único título internacional de su historia

El combinado de Vaclav Jezek se deshizo en la fase final de las dos selecciones que lideraban el fútbol, los Países Bajos de Cruyff y la Alemania de Beckenbauer

Los checoslovacos dieron la gran sorpresa en Belgrado

Los checoslovacos dieron la gran sorpresa en Belgrado / sport

Alex Carazo

En la edición de 1976 se vivió la primera gran gesta de la historia de las Eurocopas. Con la idea de competición de Henri Delaunay más que consagrada, ese torneo fue el punto álgido de emociones fuertes hasta entonces. Además, dejó para la historia uno de los momentos más recordados desde que el fútbol es fútbol: el penalti de Antonín Panenka.

La Checoslovaquia de Vaclav Jezek llegó a semifinales tras haber eliminado en cuartos a la URSS, dirigida por Valeri Lovanobski y con Oleg Blokhin como gran estrella. Pero no se iban a conformar con haber dado esa sorpresa. Con una plantilla de jugadores prácticamente desconocidos y la misma columna vertebral del Slovan de Bratislava, Checoslovaquia venció a Países Bajos en la prórroga por 3-1.

El combinado neerlandés ya estaba lejos de ser la ‘Naranja Mecánica’ dominadora que desplegó un fútbol que encandiló a todo el panorama futbolístico, y los problemas internos entre Cruyff y el seleccionador, George Knobel, con algunos futbolistas y la federación terminaron por condenarles al tercer puesto. Países Bajos disputó esa Eurocopa con la desidia y la desconexión por bandera.

Alemania esperaba en la final a Checoslovaquia, vigente campeona de Europa y del mundo. Todo apuntaba a Triple Corona de los teutones, pero el fútbol volvió a dar una lección. En el mítico estadio Rajko Mitic del Estrella Roja, en Belgrado, los aficionados presenciaron una de las mayores gestas de la historia de la Eurocopa. Los eslavos se adelantaron rápidamente en el marcador con un 2-0, obra de Svehlik y Dobias, que parecía dejar noqueada a la 'Mannschaft'.

Pero si algo tenía esa generación de oro alemana era un gen ganador extraordinario. Gerd Müller recortó distancias, como no, y cuando el conjunto de Jezek ya rozaba el trofeo con sus manos, Hölzenbein envió al fondo de la red un remate de cabeza inapelable a la salida de un córner.

De nuevo un partido a la prórroga, igual que las dos semifinales y el encuentro por el tercer puesto. Y ahí la historia tenía guardada una página en su libro para Antonín Panenka. El partido mantuvo el empate y el ganador se debía decidir con los lanzamientos de penaltis. Esa ha sido, hasta la fecha, la única final de Eurocopa que se ha decidido desde los once metros.

Uli Hoeness, uno de los mejores futbolistas de esa legendaria Alemania de los años 70, falló su penalti y el título pasaba a estar en los pies de Panenka. El bigotudo centrocampista no era conocido por el gran público, pero instantes después escribiría su nombre para siempre en la historia del fútbol. Todos sabemos cómo lanzó el penalti Panenka, cuyo nombre quedó para los restos grabado junto a las leyendas de las Eurocopas. Desde el mismo momento en el que Maier observaba, desde el suelo, cómo la pelota entraba lentamente por el centro de su portería, esa manera de tirar la pena máxima pasaría para siempre a llevar el apellido del bueno de Antonín.