Entrevista

Pablo Álvarez Almagro, rey de la literatura 'pulp': "Me llama la atención que exista la palabra feminazi y no machinazi"

Pablo Álvarez, autor de 'Arte criminal'.

Pablo Álvarez, autor de 'Arte criminal'. / ALBA VIGARAY

Juanjo Talavante

Leer se asocia inevitablemente a imaginar, pero hay novelas, como 'Arte criminal' (Los aciertos & Pepitas), que

van más allá y se ven y escuchan porque tienen la virtud de derrochar en sus líneas un efectismo audiovisual a borbotones

. Quizá algo tenga que ver el hecho de que su autor, Pablo Álvarez Almagro (Madrid, 1972), sea también guionista cinematográfico. Hace ya unos años perpetró junto a Pedro Temboury el guión del filme 'Kárate a muerte en Torremolinos', al que un crítico literario calificó como “la peor película de la historia del cine”.  'Arte criminal' es un falso documental, un puzle afanosamente tejido que fragmenta la vida de Diana Dolor Granger convirtiéndola en una mujer fuera de lo común, libérrima, enigmática, arrolladora, musa, despiadada y dominatriz. En su cuarta obra, la más madura, la de mayor envergadura y talento, este escritor y guionista madrileño reflexiona transitando por varias autovías literarias a la vez, cuestionando la idealización de la Transición española y arrastrando al lector como observador de escenas sanguinolentas y crudas, llevándolo a reparar en la existencia de la cara ‘b’ de un vinilo al que solo se había atendido hasta ahora en su lado ‘bueno’. Y, entremedias, grandes dosis de violencia, drogas, pornografía, una estética predominantemente nazi y, cómo no, algo llamado arte.

En su 'Arte criminal' se aprecia un valor visual y efectista de la violencia. ¿Qué hay de Tarantino, y qué de Kubrick en ella?

Yo soy un gran aficionado al cine. Ambos me apasionan, sobre todo Kubrick. De Tarantino sí hay en mi literatura un gusto por reflejar la violencia de un modo estético, de una forma efectista y visual. Creo que soy un escritor bastante visual, porque pertenezco a una generación que ha crecido con los medios audiovisuales. En cuanto a Kubrick, al que considero un genio, casi me da vergüenza establecer el más mínimo parangón, pero él era un director capaz de reflejar la vida tal y como era en las circunstancias que él estaba contando. Yo no sé si lo consigo, pero me gustaría haberlo logrado en esta novela.

De su libro se dice que está a medio camino entre "el costumbrismo de Pedro Almodóvar y el humor irreverente de Tarantino". Lo incluyen en el género ‘pulp’.

Yo intento que mis novelas tengan mucho ritmo. Me gusta que pasen cosas continuamente. En general, intento que el ritmo sea trepidante. Eso es muy típico de la literatura 'pulp', de la literatura de kiosco, en la que no se andan con demasiadas florituras ni preámbulos y van directamente al grano. En ese sentido, y aun siéndolo, creo que esta es mi novela menos 'pulp'.

La novela tiene un ritmo, un sosiego inicial, pero a partir de un punto se vuelve cruda, como si padeciera una especie de hemorragia.

Sí, la novela está dividida en cuatro partes muy distintas. Uno cuando escribe una novela tiene que pensar en el ritmo narrativo de cada una de las partes. Hitchcock decía que una novela tenía que empezar con un volcán y desde ahí ir siempre hacia arriba. El ritmo de un relato tiene que cumplir esa premisa. Mi novela está planteada así, y no solo en términos de violencia o derroche de sangre, aunque es verdad que al final es cuando se resuelve el conflicto que se ha ido presentando antes. Hay una especie de alter ego mío, un entrevistador, que va hablando con personajes para reconstruir la vida de un personaje femenino con el que han estado relacionados de alguna manera en algún momento de su vida. Van contando las suyas propias, desde la infancia y, a la vez, la de ese misterioso personaje femenino.

Un tema crucial de la novela es el arte

Sí, el arte político, el papel de los artistas, el arte contemporáneo, qué es arte y qué no es arte…

Y se vislumbra un retrato de los 80 un tanto agridulce.

Sí, aunque esta no sea directamente una novela política, más allá de que todas las novelas lo son, sí quería reflejar mi recuerdo de aquellos años. Hay un relato oficial de lo que fue la transición española, los finales de los 70 y principios de los 80 que se han idealizado por parte del poder. Y se han idealizado de una forma inevitable porque el poder siempre trata de justificarse a sí mismo y tiene que contar esos años como si hubieran sido maravillosos. Parece como si en la Movida madrileña todos nos hubiéramos hinchamos a f… como locos en el Rockola y lo hubiéramos pasado estupendamente bien en los ochenta. Yo no tenía edad para ir allí, pero sí recuerdo que aunque existiera esa parte del relato oficial, el cambio de régimen y demás, también había otro. Yo recuerdo que Madrid en aquellos años era una ciudad en la que se notaba que acabábamos de salir de una dictadura tercermundista y había muchísima violencia política. No solo de ETA o el Grapo, estaba la extrema derecha pegando tiros continuamente.

Usted era un niño en aquellos años.

Sí. Recuerdo, por ejemplo, que te ponías a jugar a la pelota en la calle, le pegabas un balonazo a una puerta y podía salir un señor mayor y darte una hostia. Y si venía tu padre, según como fuese tu padre, hablaba con el señor mayor y lo mismo te daba otra. También recuerdo que hubo un 'boom' de la heroína en los barrios obreros de Madrid, bueno y en los no obreros, y había legiones de yonkis en Madrid que te atracaban casi a diario. Era una situación muy dura. Madrid era una ciudad oscura. El país era más pobre y atrasado, y yo sí quería que esa impresión y ese relato quedasen reflejados en el libro, más allá del relato oficial, por el que pareciera que en los ochenta en España estábamos todos de fiesta.

¿Y en el relato queda, aún así, algo de nostalgia de ese periodo?

Bueno, uno siempre suele echar de menos su infancia y su juventud por una cuestión vital. Sí reflejo en la novela esa nostalgia de los ochenta, pero sin que llegue a edulcorar lo que fueron esos años.

Creo que hay un mercado del arte que es tan criminal como todos los mercados o con la capacidad para serlo. Y hoy en día se tiene la idea de que los artistas son por el simple hecho de ser artistas personas maravillosas"

¿Qué hay de criminal en al arte?

Bueno, ha habido muchos artistas que han sido criminales. Creo que hay un mercado del arte que es tan criminal como todos los mercados o con la capacidad para serlo, y una de las ideas que yo quería poner de reflejo en el libro es que hoy en día parece que se tiene la idea de que los artistas son por el simple hecho de ser artistas personas maravillosas. Y, claro, luego cuando se descubre que no la gente se lleva las manos a la cabeza. Y no, un artista es alguien que es muy bueno haciendo lo que hace, pero eso no implica que sea una persona maravillosa. Picasso era un pintor extraordinario con una importancia brutal en la historia del arte del siglo XX y, a la vez, podía ser un misógino de narices. Una cosa no es incompatible con la otra. Esa idea se refleja en la novela.

¿Hubo algún suceso criminal que inspirase esta novela?

Hay varias cosas. Las novelas se hacen como los puzles. Cogiendo varias piezas y haciendo que encajen. La idea germen de esta novela tuvo lugar hace algunos años cuando en el lenguaje popular se empezó a generalizar el término ‘feminazi’, que a mí me chocaba, porque cómo era posible que se uniera en una única palabra nazismo y feminismo, en lugar de machismo y nazismo, como si fuese el feminismo y no el machismo el que defendiese la superioridad intrínseca de unos individuos sobre otros, o como si fuera el feminismo y no el machismo el que recurriera a la violencia para imponerse. Me llamaba la atención que se hubiese formado la palabra feminazi y no machinazi. Estuve investigando y vi que, como todo, es un invento norteamericano, que lo acuñó un tipo en los años 90, una especie de sociólogo de una universidad oscura, y la popularizó un locutor de radio conservador, una especie de Jiménez Losantos de EEUU. De ahí hubo dos cosas que me llevaron hasta el arte. Primero, la deficinión que daban de feminazi, cito de memoria: “Mujer americana que desea que los índices de aborto en los EEUU sean cuanto más altos, mejor”. Vamos, como una especie de adicta a las estadísticas abortivas nacionales. Era una definición irónica y estúpidamente artística. Y segundo, me di cuenta de que yo conocía a un personaje real al que se le podía aplicar ese concepto de feminista y nazi a la vez, que era la directora de cine Leni Riefenstahl, una de las mejores de su época. Era nazi, desde luego, trabajó e hizo propaganda para el partido nazi y formó parte del círculo privado de Hitler y Goebbels. Y feminista, no porque su discurso lo fuera, pero fue directora en los años 20, no se casó nunca y se la podría considerar una mujer de las que llamamos “empoderadas”.Y además tenía relación con el arte.

Y de ahí salió Diana Dolor Granger, la protagonista.

No directamente, pero sí influyó en su concepción. Digamos que sirvió de inspiración.

Hay una estética predominantemente nazi en los protagonistas. Ya en el pasado ha inspirado a multitud de artistas y de obras, incluyendo un montaje del musical Jesucristo Superstar. ¿Por qué tiene ese atractivo?

La estética nazi tiene influencia también en parte de la indumentaria del rock o del heavy metal y en la cultura gay. Los nazis, Goebbels concretamente, que era el más inteligente de la pandilla de psicópatas y asesinos que formaron la élite del Tercer Reich, era muy consciente de la capacidad del arte y de la estética para manipular a las masas y lo utilizaron a conciencia. Todo lo que crearon los nazis era muy estético para fascinar a las masas, desde los enormes desfiles a los uniformes, las grandes banderas, los Juegos Olímpicos. Hay algo que se apunta en la novela, que en cierta forma es una exageración, pero que tiene algo de verdad, y es que se suele decir que Hitler era un artista frustrado. No logró plaza en la Academia de Viena para ser pintor. Después, en su locura, él quería crear una obra de arte completamente demencial y loca que era el Tercer Reich, destruir los cimientos de una sociedad para construir otra nueva. Algo que no dejaba de tener algo diabólicamente artístico. Los nazis fueron conscientes de la fuerza de la estética, y por eso quizá la estética nazi ha fascinado o ha influido en movimientos culturales totalmente opuestos.