Copa del Rey 2022

El Betis se proclama campeón de la Copa del Rey

Los verdiblancos se llevan la final en los penaltis tras un partido igualado en el que cualquiera pudo ganar

Marcaron Borja Iglesias y Hugo Duro y Musah erró su lanzamiento en la tanda

Denís Iglesias

El Betis vivió y el Valencia murió. No hay otros verbo para explicar la victoria en la Copa de los verdiblancos, decidida en penaltis después de

un partido

donde ambos demostraron estar por encima del bien y del mal. Musah falló para meterse en la galería de los caídos del torneo y Miranda acertó para coronarse en el sinsentido de una tanda agónica. El fútbol fue así siempre. Nadie se ha preocupado porque sea racional y por eso es el deporte más popular. Por lo difícil que es salir sin secuelas del mismo.

La batalla

iba a ser un choque de estilos, aunque

Pellegrini

rehuyera la conversación que él mismo inició.

Bordalás

encontró en su declaración, aludiendo a las interrupciones -confirmadas-, el mejor leitmotiv. “Si ganamos, dirán que es cuestión antideportiva”, dijo Gayà certificando el mensaje del maestro.

Y así, con la expresión libre, llegó el primer tanto del encuentro. Borja Iglesias cabeceó a la red un centro fugaz de Bellerín, que hizo saltar las chispas del quinto armado por el conjunto che en la retaguardia. Pero entonces, el Betis se dedicó a callejear, en vez de coger la autopista que le brindaba un Valencia torpe en la salida detrás y acogotado. Guillamón pedía calma, consciente de que el plan, pese al tanto en contra, seguía.

Duro, a sangre fría

Apareció Hugo Duro, que había permanecido en latencia. Ilaix, introducido a conciencia por Bordalás, filtró un pase perfecto que el madrileño convirtió en un empate con una picada sutil a sangre fría. Bravo se quedó mirando la parábola y Bordalás respiró.

Tanto, que por un momento, pareció detenerse entre las faltas y los requiebros en el suelo. Los dos goles habían nacido de contras efectivas y la siguiente gran ocasión no fue menos. Al borde del descanso, Canales convirtió un ataque rival en uno propio. Su intento terminó impactando con violencia en el palo. Revivió a la afición verdiblanca, que se había hundido tras la igualada. El descanso llegó con una batalla compensada de estilos.

Cambios tardíos

El inicio de la segunda parte fue una confirmación de lo que se preveía. Con una novedad: el Valencia habían entrado en terreno ofensivo. El partido se abrió en canal y los estilos se fundieron definitivamente en un intercambio de golpes. No quedaba otra. La literatura médica de las pizarras quedó enterrada.

En ese contexto, Juanmi, que recibió un pase magistral de Borja Iglesias, se estrelló contra Mamardashvilli. El punto de vista del gallego era lo que debía aplicar el Betis para quitarse los miedos. Cada protagonista quiso jugar su propio partido. El balón rodó mucho más rápido, no tanto como querían Pellegrini y Bordalás, que transformaron su área técnica, enorme, en una ratonera. Los dos confiaban en sus propuestas de base, porque solo a falta de diez minutos decidieron mover ficha.

Muerte súbita

Aquello se convirtió, queriendo, en la muerte súbita. Como cuando en un patio de colegio el que juega se lleva el dominio de la cancha. La vida o la muerte expresada en cada ocasión. Con el 90 en la garganta, Guedes y Borja Iglesias pudieron convertirse en héroes del tiempo reglamentario. Pero esta Copa iba a desarrollarse con suspense hasta el final. Hasta la prórroga, con la que se pagaron las luces de La Cartuja. Aquello quedó en un claroscuro que solo uno de los dos equipos iba a encender.

El estadio se entregó definitivamente al miedo y a lo irracional, visualizando la muerte súbita como un final ilógico para el esfuerzo que habían realizado los dos equipos para regalar una final explícita en la que Hernández Hernández dejó jugar todo lo que pudo. El tiempo extra, un compás de espera hacia la nada en el que ya estaba Joaquín, en su último compás. Alteró por completo el sistema inmunológico del Valencia con una galopada que hizo viajar en el tiempo a la hinchada verdiblanca.

Regalaron a los asistentes el Betis y el Valencia otro cruce de caminos y ocasiones. Hasta perder la noción del tiempo en medio de las imprecisiones que propicia un contexto de partido donde no hay red. Y llegaron irremediablemente los penaltis, con unas porterías pintadas de pelotón de fusilamiento. Nadie podía librar a nadie. Al final, la batalla de estilos se decidía del modo más injusto, aunque salomónico en vista de tantos giros de guion. Once metros nada más en los que Miranda se convirtió en héroe y Musah en villano. Así de real.