LA ENTREVISTA

Toni Moog: "No tengo sentido del ridículo; me río de mí mismo"

Más de 250.000 espectadores, desde que se subió a los escenarios en 2004, avalan su trayectoria. Está en el Club Capitol desde ayer con su nuevo espectáculo: 'Follamigas'

Moog es culé y tiene una gran relación con los jugadores del Barça

Moog es culé y tiene una gran relación con los jugadores del Barça / sport

Toni Frieros

Toni Moog... ¿por qué Moog?

Era discjockey y técnico de sonido en un local llamado ‘Sala Moog’. Todos me conocían como Toni, el de la Moog. Y así me quedé.

Dice usted que era el payaso de la clase...

El comediante lo lleva dentro desde pequeño. Sí, yo imitaba a los profesores, a otros niños, hacía reir a todo el mundo.

Casi, casi, de cuna...

El humorista nace y luego se cultiva. Es una profesión muy vocacional.

¿Usted tiene sentido del ridículo?

¡No! ¿Y sabe por qué? Porque soy el primero en reirme de mí mismo. 

¿De todo y de todos?

No. Tengo mi propio código deontológico. Nunca me río de la violencia del tipo que sea, de la gente que padece enfermedades, de los niños...

¿De quién y dónde se inspira?

De lo más cotidiano, de ver cosas que el resto de personas no perciben. Yo lo extrapolo, lo exagero, lo machaco y busco que la gente se ría a carcajadas.

El monólogo se ha puesto de moda, eso es evidente...

Antes no existía, si acaso Miguel Gila. La gente estaba acostumbrada a ver a un señor en el escenario que contaba chistes.

¿Ha tenido algún espejo en el que mirarse?

¡Sí, Martes y Trece! Eran mis ídolos. De niño no quería ser ni futbolista ni médico. Yo, como Martes y Trece.

¿Y qué tiene el monólogo que tanto engancha?

Es un formato que llega a la gente porque se habla de cosas cotidianas, con un lenguaje urbano y el espectador se identifica con ello.

Un ‘boom’...

Sí, un ‘boom’ que se consolida definitivamente. Al ser un formato ya conocido, lo que está pasando es que la gente es mucho más selectiva y busca la excelencia. Por eso los grandes monologuistas de este país seguirán en el candelero.

¿Cómo usted?

Hombre, no me quejo. Llevo nueve temporadas ininterrumpidas en el teatro, con trece estrenos diferentes. Estoy ya en 250.000 espectadores, que no es moco de pavo.

Eso tiene mérito, sí...

Y eso que tengo diagnosticado que sufro agorafobia, miedo al miedo, pánico a sufrir ese miedo en el escenario.

Pues ya me contará cómo se lo monta.

Echándole un par, sintiéndome un Espartano.

En Barcelona, siempre en la Sala Capitol...

¡La catedral de Pepe Rubianes, el más grande! Rubianes fue uno de mis grandes referencias. Me identifico mucho con él. No tenía pelos en la lengua y le llamaba a las cosas por su nombre.

¿Es una profesión o una diversión?

Por muy bien que te lo pases, siempre hay mucho trabajo detrás. Muchas horas escribiendo, ensayando. Que mucha gente se haya apuntado al carro no quiere decir que sea fácil. Al contrario.

Es muy alto...

¿Yo? ¡Metro noventa y tres!

¿No jugaría a baloncesto?

Pues sí, desde niño hasta amateur. Era el pívot del equipo. Hasta que me rompí los ligamentos de la rodilla.

Es culé...

Mucho y voy al Camp Nou siempre que puedo.

Me dicen que es amigo personal de muchos jugadores...

¡Y tanto! Piqué, Pedro, Bartra, Pinto, Sandro, han venido a verme y más de una vez... En casa tengo camisetas de ellos dedicadas.

¿Y la de Messi?

No, pero permítame decirle que no ha existido en toda la historia un jugador como él. Nadie, ni Maradona ni Cristiano Ronaldo.

¡Uy, los madridistas!

Ellos lo saben también. Soy muy amigo de Sergio Ramos, una persona fantástica, encantador, del que me gusta hasta su mujer, Pilar Rubio, que está muy buena. Hay que desdramatizar el fútbol y reconocer las cosas como son.

Lleva una cazadora de los Minnesota Timberwolves de la NBA...

Es que he estado una semana en casa de Ricky Rubio en Estados Unidos. Tenemos una gran amistad.

Muchos tatuajes...

Sí, todo el cuerpo, y muy orgulloso de ellos. Me identifican, hablan de mí. No te incapacitan para ser padre o neurocirujano.

No, ni humorista... Moog, Moog.